Me encuentro solo rodeado de miles de corredores. Hace ya un buen rato que me separé de mi ángel de la guarda, Ángeles, y de mis compañeros de aventura, Abe y Gustavo. Ángeles estará buscando sitio para ver la salida o yendo hasta el kilómetro 8, lugar donde contamos con su apoyo. Abe y Gustavo, uno situado delante y el otro detrás, inmersos entre la marabunta de corredores. Todos disfrutando del espectáculo.
Mi mirada se posa en los que me rodean y en todos veo la misma expresión de alegría, mezclada de angustia, de ilusión, de esperanza. Por la megafonía no cesan de salir palabras para mí ininteligibles, entre las que quiero entender los nombres de Patrick Makau, Paula Radcliffe, y el de Haile Gebrselassie, quien convierte los aplausos en atronadora ovación; ahora suena la música, la mítica “Carros de Fuego”; brazos en alto; la emoción a flor de piel; vuelven las palabras ininteligibles, “fünf”, “vier”, “drei”, “es la cuenta atrás” pienso en voz alta, “zwei”, “ein”, “null”; cientos de globos rojos al cielo de Berlín; vuelven los aplausos, la histeria, la pasión por correr; el corazón me late deprisa, inspiro en busca de un aire que parece no querer entrar en mis pulmones; los miles de corredores empezamos a movernos al unísono, lentamente, intercambios de miradas cómplices, de “yo estoy aquí”, de querer ya empezar a dar esos primeros pasos…… Cruzo sobre la línea de salida y, con la emoción embargando todo mi cuerpo, empiezo mi maratón de Berlín.
Las primeras zancadas, las primeras sensaciones. Corro, respiro, miro a mí alrededor queriendo atrapar todo lo que me rodea. “Esto es una pasada”. Intento dejar a un lado las emociones, ya que así se hace difícil correr; busco el ritmo adecuado para ver y disfrutar, correr y disfrutar, correr, correr. Transcurren los primeros kilómetros, la carrera, el ambiente ya se ha metido en nuestro cuerpo. El público atronador, al grito de “Go, go, go, ja, ja”, te lleva en volandas. Me acerco al kilómetro ocho, donde encontraré el apoyo de Ángeles, en esta ocasión el único en presencia. Giro a la izquierda, giro a la derecha, y allí está, dispuesta a darme toda su fuerza. No tengo que fingir ni forzar sonrisas, los pocos kilómetros que llevo y lo que estoy viviendo hace que la sonrisa sea sincera. Me alejo, seguro que con su mirada en mi espalda; por delante, a unos treinta metros, el globo de 3h45m, creo que va algo lento, pero bueno sigo ahí, voy cómodo y no tengo ni prisa ni ganas de adelantarlo.
El paso del kilómetro diez hace que miré el crono; más de un minuto por encima de mi primer objetivo, de mi MMP. Es algo que no me preocupa mucho, bueno, a decir verdad, no me preocupa nada. Quiero por encima de todo disfrutar de ésta carrera.
Continúo corriendo atrapado por el ambiente, por el público, por los corredores. Daneses, suizos, brasileños, canadienses, holandeses, polacos, argentinos, portugueses, japoneses, chinos, franceses, mejicanos, estadounidenses, ingleses, italianos, españoles, también españoles, y como no, alemanes. Banderas que hondean a nuestro paso. Banderas que gritan frases de apoyo. El globo, ese globo me descentra por unos segundos; sé que no es su ritmo, lo alcanzo, lo adelanto, pero no me gusta, mi crono dice que yo voy más lento; bueno allá él. Vuelvo a mi rollo, a mi carrera.
Ante mí el kilómetro veinte (el maldito globo ya hace que me dejó) lo que hace que mi vista se desvíe hacía el crono. He mejorado algo en ésta parte, pero no lo suficiente. No siento nada por ello, ni pena ni alegría, solo ganas de seguir.
El público con sus silbatos, cencerros, cacerolas, trompetas, con todo lo que se les pone a mano, todo vale, continua incansable, mezclados entre los grupos musicales que van marcando con sus notas el ritmo de todos, el de daneses, suizos, brasileños, canadienses, holandeses, polacos, argentinos, portugueses, japoneses, chinos, franceses, mejicanos, estadounidenses, ingleses, italianos, españoles, si, también el de los españoles, y como no, el de los alemanes. Los gritos de espectadores y corredores se mezclan; gritos de ánimo de apoyo; el “go, go, go, ja, ja”, ya se me hace familiar. Una bandera de España, unos metros, otra bandera española al aire, “venga España” les animo, “vamos campeón” me animan.
Pasa el tiempo, pasan los kilómetros, pasan los pensamientos, y sigo como al principio, aunque algo más cansado. El treinta, llego ya al kilómetro treinta, e irremediablemente la vista se va al reloj; compruebo lo que ya sabía, que hoy no conseguiría bajar mi crono en maratón. Pero, ¿creéis que me importó?, pues no. Al contrario, se me escapa una ligera sonrisa, “disfruta de lo que te queda como hasta ahora”, ese es el mensaje.
Continúo corriendo cómodo pero a un ritmo algo más lento, lo que me permitirá terminar sin sufrimiento, sin sentir la menor agonía, de eso se trata. Voy contando los kilómetros, me recreo en ello. Las grandes avenidas, con sus arboledas no dejan de sorprenderme. Me deleito en esos edificios desconocidos que me va enseñando la carrera, la Cancillería y el Parlamento, el Palacio Friedrichstadt, la Straussberger Platz, el Rathaus Schöneberg, el Kurfürstendamm, la Gedächtniskirche, la Nationalgalerie y la Philharmonie, la Potsdamer Platz y el Bundesrat, alguno quizás ha pasado desapercibido, pero la mayoría no. Sigo con mi particular cuenta atrás, la cercanía de la meta ya se nota en las caras de los corredores, la tensión de los rostros deja paso a la risa fácil. La alegría se traspasa del público al corredor y del corredor al público, el reconocimiento es mutuo; todos han hecho su esfuerzo. El giro a la izquierda del kilómetro 41 nos deja frente a la puerta de Brandemburgo, los corazones se contraen y la emoción se dispara; un kilómetro para alcanzarla, un kilómetro para cruzarla. Todos corremos con la mirada puesta en Ella. Es nuestro momento de gloria. Las zancadas se alargan, sin muestras de fatiga, con dignidad. Los pensamientos se agolpan en nuestras cabezas. Las emociones se desbordan en nuestro interior cuando la franqueamos.
Ya solo nos separan de la meta, de nuestra meta, 195 metros; metros que dedico a recordar a todos los que me han apoyado en esta aventura, en especial mi ángel de la guarda, al que busco entre la multitud sin encontrar, pero que estoy seguro ha visto mi paso con la alegría reflejada en mi cara.
Cruzo la meta dedo en alto señalando al cielo, va por ti amigo, por tu estrella.
Abrazos, lágrimas, saludos y felicitaciones, todos somos uno, daneses, suizos, brasileños, canadienses, holandeses, polacos, argentinos, portugueses, japoneses, chinos, franceses, mejicanos, estadounidenses, ingleses, italianos, españoles, alemanes, todos somos unos maratonianos.
Recojo mi medalla, la coloco en mi cuello orgulloso, camino, sigo disfrutando de lo me rodea, de lo que he vivido. Voy al encuentro de Ángeles, y de Gustavo que ya debería haber llegado a meta; los localizo en el punto convenido, en la “S”; me fundo en un abrazo con Gustavo, también orgulloso con su medalla, y con mi Ángel, orgullosa también y ya tranquila. Esperamos, con impaciencia, la llegada de Abe, quién aparece poco después sonriente, con su medalla colgada del cuello. Nos abrazamos. La fiesta es completa.
Ahora, terminado mi quince maratón, ya tranquilo, es tiempo para no olvidar lo vivido.
Mi mirada se posa en los que me rodean y en todos veo la misma expresión de alegría, mezclada de angustia, de ilusión, de esperanza. Por la megafonía no cesan de salir palabras para mí ininteligibles, entre las que quiero entender los nombres de Patrick Makau, Paula Radcliffe, y el de Haile Gebrselassie, quien convierte los aplausos en atronadora ovación; ahora suena la música, la mítica “Carros de Fuego”; brazos en alto; la emoción a flor de piel; vuelven las palabras ininteligibles, “fünf”, “vier”, “drei”, “es la cuenta atrás” pienso en voz alta, “zwei”, “ein”, “null”; cientos de globos rojos al cielo de Berlín; vuelven los aplausos, la histeria, la pasión por correr; el corazón me late deprisa, inspiro en busca de un aire que parece no querer entrar en mis pulmones; los miles de corredores empezamos a movernos al unísono, lentamente, intercambios de miradas cómplices, de “yo estoy aquí”, de querer ya empezar a dar esos primeros pasos…… Cruzo sobre la línea de salida y, con la emoción embargando todo mi cuerpo, empiezo mi maratón de Berlín.
Las primeras zancadas, las primeras sensaciones. Corro, respiro, miro a mí alrededor queriendo atrapar todo lo que me rodea. “Esto es una pasada”. Intento dejar a un lado las emociones, ya que así se hace difícil correr; busco el ritmo adecuado para ver y disfrutar, correr y disfrutar, correr, correr. Transcurren los primeros kilómetros, la carrera, el ambiente ya se ha metido en nuestro cuerpo. El público atronador, al grito de “Go, go, go, ja, ja”, te lleva en volandas. Me acerco al kilómetro ocho, donde encontraré el apoyo de Ángeles, en esta ocasión el único en presencia. Giro a la izquierda, giro a la derecha, y allí está, dispuesta a darme toda su fuerza. No tengo que fingir ni forzar sonrisas, los pocos kilómetros que llevo y lo que estoy viviendo hace que la sonrisa sea sincera. Me alejo, seguro que con su mirada en mi espalda; por delante, a unos treinta metros, el globo de 3h45m, creo que va algo lento, pero bueno sigo ahí, voy cómodo y no tengo ni prisa ni ganas de adelantarlo.
El paso del kilómetro diez hace que miré el crono; más de un minuto por encima de mi primer objetivo, de mi MMP. Es algo que no me preocupa mucho, bueno, a decir verdad, no me preocupa nada. Quiero por encima de todo disfrutar de ésta carrera.
Continúo corriendo atrapado por el ambiente, por el público, por los corredores. Daneses, suizos, brasileños, canadienses, holandeses, polacos, argentinos, portugueses, japoneses, chinos, franceses, mejicanos, estadounidenses, ingleses, italianos, españoles, también españoles, y como no, alemanes. Banderas que hondean a nuestro paso. Banderas que gritan frases de apoyo. El globo, ese globo me descentra por unos segundos; sé que no es su ritmo, lo alcanzo, lo adelanto, pero no me gusta, mi crono dice que yo voy más lento; bueno allá él. Vuelvo a mi rollo, a mi carrera.
Ante mí el kilómetro veinte (el maldito globo ya hace que me dejó) lo que hace que mi vista se desvíe hacía el crono. He mejorado algo en ésta parte, pero no lo suficiente. No siento nada por ello, ni pena ni alegría, solo ganas de seguir.
El público con sus silbatos, cencerros, cacerolas, trompetas, con todo lo que se les pone a mano, todo vale, continua incansable, mezclados entre los grupos musicales que van marcando con sus notas el ritmo de todos, el de daneses, suizos, brasileños, canadienses, holandeses, polacos, argentinos, portugueses, japoneses, chinos, franceses, mejicanos, estadounidenses, ingleses, italianos, españoles, si, también el de los españoles, y como no, el de los alemanes. Los gritos de espectadores y corredores se mezclan; gritos de ánimo de apoyo; el “go, go, go, ja, ja”, ya se me hace familiar. Una bandera de España, unos metros, otra bandera española al aire, “venga España” les animo, “vamos campeón” me animan.
Pasa el tiempo, pasan los kilómetros, pasan los pensamientos, y sigo como al principio, aunque algo más cansado. El treinta, llego ya al kilómetro treinta, e irremediablemente la vista se va al reloj; compruebo lo que ya sabía, que hoy no conseguiría bajar mi crono en maratón. Pero, ¿creéis que me importó?, pues no. Al contrario, se me escapa una ligera sonrisa, “disfruta de lo que te queda como hasta ahora”, ese es el mensaje.
Continúo corriendo cómodo pero a un ritmo algo más lento, lo que me permitirá terminar sin sufrimiento, sin sentir la menor agonía, de eso se trata. Voy contando los kilómetros, me recreo en ello. Las grandes avenidas, con sus arboledas no dejan de sorprenderme. Me deleito en esos edificios desconocidos que me va enseñando la carrera, la Cancillería y el Parlamento, el Palacio Friedrichstadt, la Straussberger Platz, el Rathaus Schöneberg, el Kurfürstendamm, la Gedächtniskirche, la Nationalgalerie y la Philharmonie, la Potsdamer Platz y el Bundesrat, alguno quizás ha pasado desapercibido, pero la mayoría no. Sigo con mi particular cuenta atrás, la cercanía de la meta ya se nota en las caras de los corredores, la tensión de los rostros deja paso a la risa fácil. La alegría se traspasa del público al corredor y del corredor al público, el reconocimiento es mutuo; todos han hecho su esfuerzo. El giro a la izquierda del kilómetro 41 nos deja frente a la puerta de Brandemburgo, los corazones se contraen y la emoción se dispara; un kilómetro para alcanzarla, un kilómetro para cruzarla. Todos corremos con la mirada puesta en Ella. Es nuestro momento de gloria. Las zancadas se alargan, sin muestras de fatiga, con dignidad. Los pensamientos se agolpan en nuestras cabezas. Las emociones se desbordan en nuestro interior cuando la franqueamos.
Cruzo la meta dedo en alto señalando al cielo, va por ti amigo, por tu estrella.
Abrazos, lágrimas, saludos y felicitaciones, todos somos uno, daneses, suizos, brasileños, canadienses, holandeses, polacos, argentinos, portugueses, japoneses, chinos, franceses, mejicanos, estadounidenses, ingleses, italianos, españoles, alemanes, todos somos unos maratonianos.
Recojo mi medalla, la coloco en mi cuello orgulloso, camino, sigo disfrutando de lo me rodea, de lo que he vivido. Voy al encuentro de Ángeles, y de Gustavo que ya debería haber llegado a meta; los localizo en el punto convenido, en la “S”; me fundo en un abrazo con Gustavo, también orgulloso con su medalla, y con mi Ángel, orgullosa también y ya tranquila. Esperamos, con impaciencia, la llegada de Abe, quién aparece poco después sonriente, con su medalla colgada del cuello. Nos abrazamos. La fiesta es completa.
Ahora, terminado mi quince maratón, ya tranquilo, es tiempo para no olvidar lo vivido.