jueves, 30 de mayo de 2013

"¡ESTA GENTE ES FELIZ! PENSÉ"

Enero, febrero, marzo, abril, mayo y junio. Del invierno a la primavera. El tiempo pasa. El año discurre lentamente y con él los retos que me había marcado.
Primero fue Mapoma, el 28 de abril, después le siguió los 101 kilómetros de Ronda, el 11 de mayo, y ahora le llega el turno a los Aquilianos, el día 01 de junio.
El sábado estaré en Ponferrada para hacer frente al tercer objetivo del año, los 61 kilómetros de la XVIII Travesía Integral Montes Aquilianos.
Desde Mapoma poco o muy poco es lo que he corrido y mucho lo que he caminado. Siento el cuerpo recuperado de los esfuerzos y lo noto descansado.
Los que no corren, cuando me oyen hablar de esto, me dicen que estoy loco. Pero es ¿Locura o pasión?. No lo sé, aunque saber dónde están mis límites convierte la locura en pasión.

Quiero compartir con vosotros unas reflexiones de Juan Jesús Leza Benito, General Jefe de la Brigada de la Legión, extraídas de la carta de presentación de la XVI Edición de los 101 km. de Ronda: “Cuando en mi primer 101, sin conoceros, recapacitaba sobre vosotros me preguntaba: ¿Y a estas buenas personas quién les ha dicho que vengan?¿Esta gente es consciente de lo que van a afrontar?, es que no va a ser fácil. Vale, que sí que vienen, pero ¿Qué vienen a buscar?¿Qué persiguen?. …. Y ahí fue cuando os pillé. ¡Esta gente es feliz!, pensé. Yo quiero estar con ellos. Y vino el primer año (2011), y me asombrasteis. Y vino el segundo (2012), ¡que calor!, y fuisteis mis héroes. Y tuve el honor de compartir con vosotros ratos de sufrimiento y momentos de euforia, y os fui observando, conociendo, disfrutando. Sois los locos más cuerdos y conscientes. Sois los solitarios más sociales. Eso sí, aún sois incomprendidos.”

O quizás como dice Juan Jesús Leza, seamos unos felices incomprendidos.

sábado, 18 de mayo de 2013

RONDA: 101 KM. CON LA LEGIÓN


El tiempo pasa lentamente; parece que ha transcurrido una eternidad desde que, junto a mis compañeros de aventura, accedí al interior del campo de fútbol, al punto de: Ya no hay marcha atrás. Cinco amigos dispuestos a sufrir la serranía de Ronda, uno lo hará en Mtb, otro en la modalidad de Duathlon, y el resto en la modalidad de marchadores.

Mis compañeros de aventura
Sentado en el suelo dejo que el ambiente vaya invadiendo mi alma. Medito y reflexiono lo que voy a vivir, sobre cómo he planteado la carrera. Intercambio de cortas conversaciones con mis compañeros. El entorno, poco a poco, se está volviendo impresionante. Saco el teléfono de mi mochila. Miro el reloj, una vez más, inmóvil, ajeno a todo. Me convenzo de que lo planeado es lo correcto. Se acerca la hora, mi cabeza está aquí y allá; efectúo la primera llamada del día, de un día que promete ser largo, en busca de palabras de tranquilidad que van de un lado a otro; un “ten cuidado” que se cruza con un “no te preocupes”.
Llega el momento de los marchadores, mi momento, los ciclistas ya hacen diez minutos que nos cedieron el protagonismo. Los ánimos se vienen arriban con los ¡Vivas! y esas gorras que una y otra vez buscaban el cielo de Ronda. Empiezo caminando muy lentamente entre los dos mil corredores que, unos sabiendo a lo que se enfrenta y, otros inconsciente de ello, sonríen y gritan y se abrazan. Las calles de Ronda llenas de sus gentes, sin un metro de acera libre, espectacular. Sigo caminando junto a José, mi compañero de viaje, y Francisco Javier, disfrutando del ambiente; de momento tampoco se puede hacer otra cosa. Poco a poco se van abriendo pequeños huecos que permiten iniciar el trote, no sin antes despedirnos de Javier, que lo hará andando, y desearnos suerte.
Una empinada y empedrada calle nos invita a dejar los ánimos de los Rondeños, para adentrarnos, bajo la atenta mirada de un sol que amenaza desde lo alto, por polvorientos caminos de tierra. Sin prisas, despacio. Si la tranquilidad es una virtud, en este tipo de pruebas mucho más. “Los 101 kilómetros no se corren en el primer kilómetro”. Por delante muchos kilómetros de paciencia. Pasamos el primer avituallamiento sin parar en él, como teníamos previsto. Las cuestas empiezan a aparecer en el escenario, lo que hace que volvamos a caminar. Mi idea de carrera, que aún no os lo he dicho, es acabar en torno a las dieciocho horas, para ello intentaré trotar mientras pueda en el llano y bajadas no pronunciadas y andar en las subidas y cuando el cuerpo ya no pueda, y no pienso apartarme del guión.
Caminar, correr, caminar, correr por caminos ahora amplios y rodeados de encinas que permiten hacerlo sin dificultad. Los kilómetros se van acumulando en nuestras piernas, aunque hay que aprovechar estas primeras horas de frescura física para no desgastar la cabeza. “Se prudente” me repito una y otra vez. Llegamos al kilómetro 24, primer avituallamiento de comida fría, donde nos entretenemos lo imprescindible. Después de caminar un poco volvemos al suave trote, siempre intentando adaptarnos al terreno por el que transitamos. Subir y bajar, subir y bajar, mientras intento buscar sensaciones en mi interior; voy bien, sé que voy a acabar y quiero hacer mía esa certeza. El paso por Arriate arranca tímidos aplausos de reconocimiento. El camino ahora nos regala algo de sombra, y nos permite tomarnos un corto respiro antes de afrontar una dura y larga subida.
El sudor vuelve a nuestras frentes a media que el terreno se inclina. Cuestas de inacabables zigzagueos que pone a los corredores en fila de a uno. Conversaciones entrecortadas cuando no silenciadas del todo; terrenos para ver y no pensar.
Atrás dejamos esos cinco o seis kilómetros complicados, y unos 42 de carrera; ahora el perfil parece que se pone de nuestro lado y hasta el km. 58 nos da un respiro. Caminamos mucho, deprisa, sin permitirnos un respiro. Tanto mi compañero José, como yo, seguimos con buenas sensaciones, vamos cómodos y el cansancio no ha hecho mella. Largas rectas y suaves cuestas, corremos, volvemos a trotar suavemente. “Si seguimos así acabamos en 15 horas”. Alcalá del Valle; terreno agradable; caminos polvorientos; Setenil de las Bodegas, kilómetro 58 y donde hemos dejado la mochila de apoyo. Vamos muy bien y eso nos anima. Llegamos al control y nos encontramos con una visión desagradable; una larguísima cola para recoger la mochila. Nadie entiende el por qué está pasando esto, cómo una organización de 11 puede cometer estos fallos, al final hora y media hasta que nos la entregaron. Después, cansancio en las piernas, sentimientos de que te han machacado una buena carrera, y poco más, nos cambiamos deprisa y nos ponemos en marcha. Hemos llegamos de día y salimos de noche.
Encendemos las luces. Nuestro frontal ilumina nuestra marcha y la luz roja intermitente que nos hemos colocado en la mochila señalan el camino de los que vienen por detrás. Durante los primeros kilómetros dejamos que las piernas vuelvan en sí. Nos vamos dando ánimos en un intento de minimizar lo sucedido,  de recuperar el optimismo y volver a disfrutar del escenario que nos brinda la noche, una noche siempre llena de incertidumbres. Ya no corremos, solo caminamos, “no paramos en el cuartel y así recuperaremos algo del tiempo perdido”. La dictadura de los kilómetros sigue su devenir. Hemos recuperado la moral.
En el cuartel de la Legión, kilómetro 78, nos esperan Alex y nuestro amigo Legionario, que han participado en Duathlon y Mtb respectivamente, y están dispuestos a disfrutar de unas merecidas cervezas. Nos animan e informan de lo que nos queda por delante. “Ya lo tenéis, suerte”.

Con la moral restablecida abandonamos el acuartelamiento. Caminamos y aprovechando el terreno favorable comemos y bebemos, pronto nuestro frontal empieza a alumbrar la dura cuesta de La Ermita. Durante unos kilómetros solo subir y subir, siguiendo como hormiguitas las lucecitas rojas. Fuerza y coraje. Hemos ascendido a buen ritmo lo que nos permite recuperar mejor en la bajada que ahora tenemos por delante, Benaoján, la Estación y vuelta al zigzagueo. El camino vuelve a tornarse complicado, nos desviamos por una senda que asciende en zigzag, dejando ver en lo alto, muy a lo alto, los parpadeos rojos. Seguimos en pos de esos guiños, dejándonos seducir por ellos. Kilómetros de guiños que parecen no terminar nunca. Luego las cosas se complicaron, mi compañero empieza a tener problemas físicos y tenemos que parar. “Tranquilo esto ya está, no tenemos prisa, tenemos mucho margen”. La interminable fila de marchadores nos ofrece su ayuda y su apoyo. “Estamos bien ahora seguimos”. Y seguimos ascendiendo esos últimos trescientos metros, tranquilos, despacio, ya nada importaba, solo la meta. Hablo, hablo y hablo en un intento de que no piense, que solo camine. Otro parón, otro bajón, “venga va, no pasa nada”. El último esfuerzo, solo cuatro kilómetros. Caminamos con la tranquilidad que da el saber que estamos cerca del fin.
Tímidamente empieza amanecer y la niebla nos regala una visión enigmática de Ronda. Ya en la cuesta del cachondeo, que la deben llamar así por la risa que da subirla, ya en las calles de Ronda, acercándonos al sueño. Corremos, como no, hay que entrar como campeones. Sonreímos. Miles de sensaciones recorren mi cuerpo. Enfilamos la recta en busca del milagro de la felicidad, ese que se produce cuando cruzas la meta. Nos abrazamos. “Lo hemos conseguido”. 20 horas 48 minutos. ¡Viva la Legión!.

Y hasta aquí la historia de un modesto corredor que no buscó una gran gesta, solo su satisfacción personal.

miércoles, 8 de mayo de 2013

ME VOY DE RONDA



Cuando los recuerdos de Mapoma siguen recorriendo mi cuerpo, cuando hoy aún es ayer, llega mí próximo objetivo: los 101 km. en 24 h. de Ronda.
El reto, por supuesto, no ha surgido de la noche a la mañana, este era uno al que desde hace daños le tenía ganas, pero la proximidad al maratón de Madrid, mi cariño por está carrera, y la prudencia habían ido aplazando el momento.
Y este momento ha llegado, me lío la manta a la cabeza y me voy a por Ronda.
De momento no tengo claro cómo afrontaré el reto; me encuentro rodeado de dudas, de demasiadas, aunque con una cosa clara, que me enfrentaré a ella con sensatez y tranquilidad, después los kilómetros y las horas me pondrán en mi lugar.
Aunque como me dijo mi amigo Abe: “Saldrás con 101 kilómetros más en la buchaca eso seguro”. Esto es confianza y lo demás cuento.

miércoles, 1 de mayo de 2013

MAPOMA: LA SONRISA DE UN AMIGO



“Ángel, grandes sonrisas nos han llevado a lo más alto de las montañas y a recorrer largos caminos de 42 km. Ahora nosotros seguiremos la tuya. Nunca correrás solo.”

Otro año más. Otra vez Mapoma. Otra vez el despertador del maratón sacude mis sueños. Sé que hoy será diferente, especial, hace meses que lo sé. Sonia ya levantada, seguro que llena de recuerdos, me acompañará a la salida. Tranquilo. Vuelvo a las mismas rutinas, a los mismos preparativos. Desayuno, aseo, mirada al cielo. Será especial. Sin prisas, siguiendo mi ritual, me visto para la gran ocasión. El espejo refleja mi silueta, hoy naranja, y sonrío, “Va por ti amigo”. Una corta despedida, un beso, un simple “tranquilo y suerte”; ella, mejor que nadie, sabe los sentimientos que recorren mi interior.
Con mi hija voy al encuentro de Abe y Tábita, y ya juntos hacia otro ritual, el de la salida. Encuentros con los amigos del Nunca, con los amigos del correr, con los amigos. Saludos y abrazos. Reencuentros del Mapoma. Se acerca la hora. “Suerte, suerte y suerte”, mientras el grupo del ayuntamiento se diluye poco a poco.

Me encamino a la salida, rodeado de buenos amigos, incomodo, extraño, vacío. Con unos, los del Nunca, daré los primeros pasos, y con los otros, los de León, compartiré los kilómetros que mi cuerpo aguante. Y entre todos ellos el silencio de la sonrisa de mi amigo Ángel. Que contrasentido, “hoy me gustaría correr solo y me encuentro rodeado de más amigos que nunca”.
Silencio también el que nos lleva al recuerdo de la sin razón de Boston. Aplausos por ellos. Aplausos de alegría porque ya caminamos en busca de la salida, lentamente, cada uno con su pensamiento y todos con una misma meta.
Con las primeras zancadas me despido de Abe, Juan y Jaime, mis amigos del Nunca, e inicio mi particular carrera en compañía de mis amigos de León. Dicen que soy su liebre, pero creo que soy poca liebre para tanto galgo. Empiezo con mi calma, como siempre, buscando ese ritmo entrenado durante estos últimos meses; buscando mis sensaciones. Ellos ya lo saben, no daré un paso más largo que otro. Sé dónde está mi límite y lo que quiero conseguir. Alcanzamos a Pilar que no tardando estará compartiendo algo más que una salida y una meta, compartirá los 42 kilómetros. Un poco más adelante el primer grupo animador del Nunca: Beatriz, Marisol, Tábita y Yoli, gritos de apoyo que no por no estar fatigado son menos agradecidos. Corremos con dificultad, adelantando corredores por izquierda o por derecha, o nos adelantan, también como pueden, sin querer perder la constancia del ritmo. Entre emocionados aplausos dejamos a los corredores de los 10 kilómetros. Tras los primeros kilómetros empiezo a sentir acompasados ritmo y respiración, síntomas que me indican que iré cómodo en el sube y baja que encontraremos al abandonar la suave pendiente de La Castellana. El grupo leonés, a pesar del mogollón y de las paradas técnicas, sigue compacto. Los kilómetros anodinos por los que ahora discurre la carrera llevan a preguntarme “¿Cuántas fotos habría sacado ya Ángel?¿Cuántas sonrisas y gestos me habría hecho esbozar?”.
El kilómetro 12, Nuevos Ministerios, pone en alerta mis sentidos para localizar a Loli e Irene, miradas a izquierda y derecha hasta que las localizo para llevarme con
Gracias Loli
sus ánimos muy cerquita, hasta Cuatro Caminos, apenas kilómetro y medio después, donde me esperan las que mejor saben lo que hoy, para mí, significa Mapoma, Ángeles y mi hija. Allí están, después de la curva, en el punto acordado,  Ángeles y Sonia, acompañadas de Anabel; las preparo la mejor de mis sonrisas, la que me prometí llevar durante toda la carrera, la que siempre llevaba Ángel. Su sola presencia me trasmite la confianza suficiente para seguir adelante. Seguimos juntos, liebre y galgos, y nos vamos a por los kilómetros más llevaderos, los que en bajada nos acercan a las céntricas calle madrileñas. Ya nos abandonan los de la media, y no percibo la algarabía de la otra despedida, quizás cansados ya unos de otros. Fuencarral, con el cariño de Yoli, Tábita, Marisol y Beatriz, y los gritos de la familia de Gonzalo, al que ya situamos en la meta, el placer de correr por Gran Vía, abarrotada, Preciados, con esas dos gaitas sometidas por tanto Rock´n´Roll, Puerta del Sol, ensordecedora, calle Mayor, más estrecha que nunca, mis pulsaciones suben por la emoción y a buen seguro las de mis compañeros. La visión de la Almudena y el Palacio de Oriente nos devuelve la tranquilidad necesaria para llegar a la ya cercana Media; la mitad ya está hecha. Miro mi cronometro para corroborar lo que mi cuerpo me va transmitiendo, que todo va según lo previsto. El trazado vuelve a ser favorable mientras cruzamos el parque del Oeste, lo que aprovecho para tomarme un pequeño respiro, ya que va a ser el último del que puedo disfrutar, el verdadero maratón está a punto de comenzar. La avenida de Valladolid nos lleva al estrecho pasillo que el público deja en Príncipe Pío, donde vuelven a estar los míos, Tábita, Yoli, Beatriz y Marisol, y Jennifer, y Anabel, y mi hija y Ángeles. Sigo sonriendo, y de verdad, con el corazón, hoy no necesito forzar, los solos recuerdos de mi amigo Ángel invaden mi alma de la fuerza necesaria. Entramos en la enigmática casa de campo, en el lugar donde más sueños se han roto, y más te obliga a pensar, pero en el que mi amigo Ángel empezaba a vivir el Mapoma de forma especial, en el que recibía el apoyo de sus seres más queridos. Para mí hoy también será especial. Los pies ya van moviéndose por la inercia de los kilómetros, siguiendo paso a paso su camino. Tres corredores del MTB Runners León nos adelantan, oigo el clic de una cámara de fotos y un sorprendente “¡Saturnino!”, me hacen girar para econtrar la mirada de Jesús Amigo. Continúo procurando mantener el ritmo. El grupo poco a poco se va yendo, junto a mí solo Luismi, quién me dice “aquí voy bien”.
Gracias Jesús
Los kilómetros de casa de campo ya tocan a su fin; poco más de cinco que en ocasiones se hacen eternos, y que hoy se han ido volando. Antes de mi momento, vuelvo a recibir el apoyo de Jesús, y después la empinada salida con sus ensordecedores gritos de apoyo, y arriba otra vez los míos, el último impulso, Jennifer, Anabel, Sonia y Ángeles, Esther y Ángel-illo, y mi amigo Ángel. Me voy aproximando con mi mejor sonrisa, con su sonrisa, sé que él me ve con dificultad, me acerco y me fundo en un abrazo con él. Cuántas cosas me hubiese querido decir, cuántas cosas le dije en esos breves segundos. Continuo con un nudo en la garganta, voy bien, como nunca; Luismi ya lo tenemos, me atrevo a decir. Aprovechamos el último terreno favorable de la carrera para recuperar. El Calderón a la derecha, mi Calderón, ayer otra vez silenciadas sus cincuenta mil gargantas. Paso firme y constante, empiezan los kilómetros de la subida a la gloria. Tranquilos, yo delante, ahora Luismi. Atocha, cuánto me gusta verte. Alfonso XII, a quién le importa su duro acceso. Ya lo tenemos. Puerta de Alcalá y la calle de O´donnell que parece que nunca nos va a dejar entrar en el Retiro. Luismi aplaude feliz. El ritmo se anima. Tranquilo. Un corredor con la camiseta de los Ponjales, Vamos ánimo; dos corredoras de las Running La Bañeza, Vamos, vamos; gritos de Saturnino salen desde el público, Ana de las Running de La Bañeza  que corrió la Media; esto es como correr en casa. Corro los mestros de la Gloria junto a Luismi, disfrutando como en tantas ocasiones, pero aún tengo reservado un momento especial, el que un niño, Ángel-illo, me pidió el viernes en la feria del corredor: "Satur, puedo entrar contigo en meta". Me voy desplazando hacia la derecham en busca de ese momento, allí lo veo, ya preparado, con su pequeña camiseta del Nunca correrás solo, inquieto como es él, como es su padre; viene a mi encuentro, agarro su mano y juntos corremos esos trescientos metros que nos separan de la meta. Lo abrazo y le doy un beso; ahora me gustaría soñar y ese sueño pedir un deseo. Mi sueño, mi deseo. Volver a correr con su sonrisa, con mi amigo Ángel.
Muchos de los que me conocéis sabéis que está era una carrera muy especial, una carrera que debería haber tenido otro guión, pero como ha escrito mi hija en su blog De hoja roja “La maratón de Ángel”: En ocasiones la vida, por mucho que nos cueste aceptarlo, nos somete a pruebas muy difíciles de superar”. La vida a veces es injusta. Pero también a pesar de su dureza nos recompensa. He corrido por mi amigo Ángel, y Él ha estado ahí. Gracias amigo. Gracias a todos.