viernes, 12 de junio de 2015

XX TRAVESIA INTEGRAL MONTES AQUILIANOS: MI HISTORIA

La noche cubre la plaza del Ayuntamiento, que poco a poco se va llenando de corredores, de andarines, “de esos locos”, de amigos, “de esos amigos locos”, de saludos y abrazos, de conversaciones y deseos de buena suerte. Un café, el último momento tranquilo antes de la salida. La despedida de Ángeles que irá por la corta, la de los 47 kilómetros, y la partida al trote con mi amiga y compañera del “Nunca correrás solo” María Jesús, que iremos por la larga, la de los 62 kilómetros. Con calma, en suave trote bajamos por calles silenciosas, llegamos al puente de piedra que separa Ponferrada del Otero; la primera subida, el primer caminar; llegamos a esos mastines de siempre que, con su cansino ladrar, nos reciben y nos despiden año tras año. Trotar y caminar, correr en busca del amanecer; correr para llegar a las montañas que ya se dibujan ante nosotros. El paisaje empieza a regalarnos su belleza. “Cuidado con esta bajada”. Con precaución, arriesgando lo imprescindible, bajamos hasta toparnos con el río Oza, que nos acompaña contra corriente, dejándonos su frescor y su arrullo. Aspiro ese olor a anís que Arsenio, más acostumbrado a la naturaleza que yo, me hace notar. El tranquilo camino que en su giro a la derecha nos mete en la bonita senda de castaños y robles. Entre aromas y colores los kilómetros pasan sin darnos cuenta, y nos llevan al primer avituallamiento, el de Villanueva de la Valdueza. Hidratación rápida y continuamos.
Ahora toca caminar por la senda del Alto de Pandilla; corta pero dura. Despacio, paso a paso. Entre pinos se filtran los primeros rayos de sol.
A lo lejos los Montes Aquilianos, nuestro objetivo. “Qué bonito” apunta mi compañera, “esto no es nada”. Trotamos o andamos, depende si bajamos o subimos, con la tranquilidad del que no tiene prisa. Sendas estrechas, rodeadas de verdes, de humedad. Atrás Valdefrancos con la fuente que “ya estaba el año pasado”, San Clemente, y sus historias. Atrás la zigzagueante ascensión. Atrás el esfuerzo y por delante más trote de bello entorno, de bosques y más bosques. Y por fin Montes. Otra parada para recuperar fuerzas, preparar la mochila y hacer un pequeño balance de lo que llevamos y de lo que nos queda. Después los caminos se separan.
Iniciamos el camino de no retorno por angostas calles, rodeando su viejo monasterio, y bajando para volver a subir. Camino de viejos castaños, salpicado de pinos y encinas, que andamos y correteamos. Cruzamos el pequeño arroyo, y los pasos se acortan para afrontar la subida del collado de la Malladina.
Con un subir tranquilo y sufrido vamos ascendiendo por la senda horadada por el paso de los años; ya arriba nos recibe una gran alfombra de hierba y allá, al fondo Santiago de Peñalba. Con terreno favorable recuperamos. De la ancha explanada verde, pasamos a la verde y estrecha senda de altos matorrales que golpean nuestros cuerpos. Y más camino, y más trotar, y  entrada a Santiago por esa calle empinada, por esas calles que tienen un algo; el pueblo donde mi amigo Ángel siempre quería perderse. Otro descanso antes de la gran subida.

Después de la breve parada reanudamos la marcha. La sonrisa sigue en nuestros rostros, señal de que el cansancio no ha afectado a nuestro ánimo. Recuerdo a María Jesús las andanzas que mi amigo Ángel y yo tuvimos por una senda equivocada que nos tuvo perdidos un buen rato. Con esa anécdota vemos como el camino se estrecha y nos emboca en la senda; en esa senda que, picando hacia arriba, nos acompañará durante un par de horas. “Ahora con tranquilidad”.
Uno tras otro vamos acomodando los pasos al esfuerzo, entre las encinas que nos protege del sol, y que nos oculta lo que queda por delante; en zigzag o por lo criminal libramos cada metro; paso a paso la ladera se presente abierta ante nosotros, regalándonos sorprendentes vistas. La belleza del paisaje aumenta con la altura. ¡Qué bonita visión!. Una mirada y una exclamación: “qué bonito”, se convierte en coartada para un breve descanso. Subimos despacio, constantes. Los sonidos huyen.
Paramos, descansamos, escuchamos: ¡Silencio!. Silencio roto por el sonido del ligero viento. Seguimos adentrándonos en la montaña, sobre la que empieza a flotar alguna nube. ¿Cuándo llegamos arriba?”. Es verdad, esto parece no tener fin. “Ya queda poco”. Miro el rostro de mi compañera, que refleja el esfuerzo, y que parece decirme “quién me mandaría venir aquí, con lo bien que estaría en el sofá”. Me sonrío con este pensamiento. El último obstáculo de lo interminable; el último montículo, y ante nosotros la visión de la Silla de la Yegua. “Lo peor ya está” le comento, “no sé si podré volver a trotar” me contesta. Bebo y como, y hago como si no la oigo, sé que podrá. Disfrutamos de la belleza de lo que nos rodea. “El esfuerzo ha merecido la pena”.

Empezamos nuestra travesía por el cordal; una bajada que trae una subida, y otra bajada y otra subida. Silencio, belleza y más silencio. Trotamos y andamos. “Pico Tuerto”, “¿Por qué le llaman Pico Tuerto?”, “porque está mal encarao”. Seguimos. “Vamos bien”. Si, vamos bien. Sigo recordando, rememorando otros años. Disfrutando.  A lo lejos La Guiana; y ahora corremos el llano que nos separa de ella. “Ya está, último esfuerzo”, el zigzag entre la retama y el cortafuegos, corto pero exigente, y la cima, donde los voluntarios, hombre y mujer, tienen su particular apuesta, y que por lo que sé ganó él. El buen ambiente refuerza los ánimos de María Jesús.
Nos vamos e iniciamos el descenso, primero ese desagradable cortafuegos que salvamos como podemos, y ya después caminos de hierba y tierra que atraviesan inmensos bosques de pinos, y que corremos sin dificultad un terreno favorable que nos lleva a Ferradillo. Recibo la llamada de Ángeles que ya llegó a Ponferrada y que unió sus pasos a los de Alba. Mientras llegamos a Ferradillo, a esa fría cerveza, pensada ya en la Silla la Yegua, a ese bocadillo de chorizo, a ese café, a ese merecido descanso sentados bajo la sombra. Chequeamos sensaciones. El cansancio llena nuestros cuerpos pero la fatiga no hace mella en nuestro ánimo. “Ahora el terreno es favorable”.

Volvemos al camino con un tranquilo pasear para desentumecer el cuerpo. Escuchamos truenos lejanos, a los que no damos importancia, que equivocados estábamos. La senda entre robles nos protege de las gotas que empiezan a caer, gotas cada vez más gordas, “¿sacamos el chubasquero?” pregunta mi amiga, “esperamos ¿no?” contesto. El cielo ruge cada vez más, las gotas dejan de ser gotas y se convierten en granizo. Aguacero. Los árboles ya no nos protegen y paramos a poner el chubasquero. Agua y más agua que llenan los caminos. Granizo convertido en piedras del tamaño de avellanas que nos golpean con fuerza. “Ay, ay” grita a mi espalda María Jesús, “pero a ti no te dan” sigue gritando. Carcajadas. Bajo el intenso aguacero se acerca un coche de Policía Local “¿subís?”, “no, vamos bien”. Totalmente empapados, corriendo bajo el agua y sobre el agua, llegamos a Rimor, donde la gente del pueblo nos ofrece refugio y ropa para cambiarnos. Mil gracias. Llegamos al control y paramos lo justo para que tomen nuestro dorsal. Y seguimos sin probar las cerezas. No podemos quedarnos fríos. Trotamos bajo la intensa lluvia, mirando al cielo en busca de un claro de esperanza. Una esperanza que llega en Toral de Merayo. El agua deja de caernos encima, y nos damos un respiro. Otra llamada de Ángeles que dice que en Ponferrada no ha llovido, pues “a nosotros nos ha caído la del pulpo”. Penúltima subida. Dejamos el camino, en animada charla, para atravesar el viñedo y enfilar la senda jalonada por chopos y algún cerezo, y que transcurre a orillas del río. Andamos y trotamos sin salirnos de la senda. Ponferrada ante nuestros ojos. Atrás quedan sendas y caminos. Montañas y valles. Paisajes lleno de colores. Esfuerzo y risas. Última cuesta, la del castillo. Corremos, entre aplausos y palabras de ánimos, para cruzar esa línea de meta, agarrados de la mano, después de 13 horas y 23 minutos.

Para terminar, dar las gracias a esos voluntarios que hacen que año tras año vuelva a los Aquilianos.

1 comentario:

Ángel M. dijo...

Que envidia, sana envidia me dais. ¡Qué buenos recuerdos me ha traído tu crónica Satur|, como si estuviera con vosotros por esos perdidos, bonitos y silenciosos caminos. Enhorabuena a los dos y también a Ángeles por terminar esa dura prueba, disfrutando del entorno que es lo que más impresiona.

El año que viene voy, que no se os olvide, eso sí a la corta.

Abrazos amigo.