Los
termómetros marcan temperaturas altas, de verano, y los de aquí no iban a ser
menos. La Robla, es agosto, hay carrera con olor a fiesta. Recojo el dorsal, y
junto a mis compañeros, del Nunca correrás solo, busco una terraza, a la
sombra, para echar ese café, y esas risas.
Preparativos,
calentamiento, poco como casi siempre, y a buscar la línea de salida. Cuenta
atrás, disparo para lanzarnos a la carrera, nunca mejor dicho, porque han
salido como si no hubiese mañana. Desde los primeros pasos busco mi
tranquilidad, para no morir entre vuelta y vuelta, como normalmente me sucede
por estos lares.
Tres vueltas. Desde la tres a la una. Calles de ida y
vuelta, corredores que van y vienen. ¡Vamos! y aplausos que, suenan desde las
aceras, desde la buena sombra, animan la fatiga. Calles que paso a paso, y
vuelta a vuelta voy aprendiendo. Tres vueltas, y porque todo lo que empieza termina,
ya no me queda ninguna, y con esos ¡vamos!, que
siguen, y con esos aplausos, recorro los últimos metros de esa recta que termina
en la meta, y que termina con las tres vueltas.
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