(Buen rollo antes de la salida)
Lisboa. Tres
amigos: Gustavo, Abe y el que os quiere contar la historia. Llegó la hora.
Maratón de Lisboa, o Maratona como aquí le llaman. Me despido de Ángeles, sin
palabras, con un beso, con una sonrisa que lo dice todo. Los tres nos
confundimos en el pequeño tumulto de la salida. Gustavo pronto nos deja
buscando las primeras filas. “Suerte”, nos decimos. Yo junto a Abe, cada uno
con sus pensamientos, con sus pretensiones, quizás con sus dudas. Sin miedo. Esta
situación no es nueva para nosotros. Hemos compartido kilómetros de emoción en
muchas ocasiones; pero hoy es diferente, queremos, o quiero, correr juntos los
cuarenta y dos kilómetros y cruzar la meta por debajo de 4h15m. Doy pequeños
saltos, respiro hondo, sonrío. Miles de emociones recorren mi cuerpo. Miro a mi
amigo. Silencios. Soledades. Suenan gritos. Saludo a los leoneses del “León
corre”, muchos de ellos debutantes en estas lides y hoy vestidos para la
ocasión de “Espartanos”. Poco a poco el ambiente se caldea, la risa fácil da
paso al estrépito de la salida. La gente se viene arriba. Alborotados empezamos
a correr, sin prisas, el camino es largo. Las ideas las tengo clarísimas; he visto
pasar en mi cabeza esta carrera una y otra vez. Troto al lado de Abe. Distraigo
sus pasos con charlas entrecortadas. Miro de reojo el reloj, no quiero que el
ritmo se nos vaya. Los toboganes, suaves sube y baja, van calentando el cuerpo.
Las piernas empiezan a responder al esfuerzo del correr fácil. Dejamos que los
kilómetros pasen sin cometer el pecado del principiante: la euforia.
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(Gustavo volando por la plaza del Comercio) |
Kilómetro
5. Sonreímos a Ángeles. Otro rápido vistazo al crono. Seguimos corriendo con el
sueño intacto. Vuelvo la cabeza y miro a lo lejos. Ella sigue, impasible,
nuestra marcha. Silencio. Soledades. Qué triste. ¡Qué triste! esas orillas
silenciosas; esas aceras vacías en las que nadie se asoma a vernos a pasar. Ante
nosotros el verde del José Alvalade, campo del Sporting de Lisboa; el contraste
de los verdes de esperanza. “Vamos
rápidos”, le digo. Seguimos con nuestra charla, repasando el pasado y
pensando en el futuro.
Kilómetro
10. Rodeado de los corredores que pronto se enfrentarán a esa distancia. Qué
triste. ¡Qué triste! pasar sin un aplauso. Seguimos corriendo con el silencio y
la indiferencia como premio a nuestro esfuerzo. No nos importa, el sueño es
nuestro. Estadio da Luz, campo del Benfica, otro teatro de sueños. Vamos camino
de lo más fácil de la carrera. Terreno de bajada hacia el mar. Otra mirada al
crono: “Vamos rápidos”. Kilómetro 15.
Voy bien, pero eso hoy no me preocupa. Sé hasta dónde llegan mis fuerzas. No
quiero pensar en dudas. Bajamos suavemente hacia lo conocido de la ciudad, a esas
calles pateadas estos días una y otra vez. Plaza Libertadores. “¿Qué tal?” pregunto. “Bien”. Plaza del Rossio. Calles
ancladas en la decadencia de un pasado glorioso. Plaza del Comercio. La alegría
de ver a Ángeles acelera mis pasos.
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(En la plaza del Comercio) |
Kilómetro
20. Llego el momento del ritmo monótono, de correr los kilómetros de la
desidia. “Me he atrancado, no me
encuentro bien” me dice Abe. Me gustaría parar el tiempo. “No pasa nada, llevamos margen, venga,
recuperamos”. Silencio. Bajo el ritmo. Repaso lo mucho que queda. No quiero
rendirme, ni que se rinda. Se vienen a mí las dudas. “Vamos, tranquilo, cogemos el ritmo”. “Tira no voy”. Cruzamos la Media. Casi siete minutos por debajo del
objetivo. Hecho cuentas. Tenemos margen. Calculo el ritmo. “Vamos, vamos”. La ilusión empieza a romperse, y al fin, se cae el
sueño. “Vete Satur, que no voy bien”.
No puedo forzarle a una compañía que sé que agobia. Le libero de mi presencia,
de la exigencia de un ritmo de sufrimiento. Triste, dejo a mi amigo.
Kilómetro
23´800. Empiezo otra carrera. Doy alcance a dos “Espartanos”. Compartimos unos
kilómetros. De vez en cuando miro hacia atrás, y miro buscando, pero solo
encuentro silencio y soledad. No me apetece correr en compañía y me voy en
busca de lo único que ahora me puede motivar: Dar alcance al globo de las
cuatro horas. Paso casi de puntillas, distraído, frente al monasterio de Los
Jerónimos y del Monumento a los Descubridores, de la Torre de Belém, que
anuncia el regreso. Giro de 180º que me permitirá ver a Abe. “Si no le saco
mucha distancia le espero”. Ahí viene. Sonríe. Ochocientos metros, calculo
rápidamente. Dudo. Y sigo. Es lo mejor para él. Procuro no pensar. Un avión que
vuela. Un grito lejano. El puente por el que llegué a Lisboa. Casas de fachadas
descoloridas, otras con los azulejos ajados por el paso del tiempo. Nostalgia
de otras épocas.
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(Segundo pase por la plaza del Comercio) |
Kilómetro
35. Los kilómetros de la monotonía llegan a su fin. Alcanzo, de nuevo, la Plaza
del Comercio. A lo lejos distingo a Ángeles y ella seguro que ya ha descubierto
mi solitario caminar. “¿Qué tal?” me
pregunta nada más que tiene ocasión. “Bien”
contesto. “¿Y Abe?”. “Viene detrás. “Espérale seis o siete
minutos”. “No me dará tiempo a verte
en meta”. “No importa, espera”.
Sigo creyendo en el final pensado; si desde que le dejé sólo ha perdido ese
tiempo puede estar. Calles lisboetas solitarias de ánimos. Plaza del Rossio. Últimos
kilómetros de subida. Una campana lejana rompe el trote silencioso. La Avenida
Almirente Reis convertida en una larga cuesta de castigo. Kilómetro 41. Los
familiares de los corredores empiezan a hacerse notar con sus aplausos y gritos
de apoyo. Tras el penúltimo giro veo a los míos. Ángeles aún no ha llegado. “Vamos Satur” gritan al unísono Tábita,
Noira y Elba, y Raquel y la pequeña Raquel, Gustavo corre unos metros conmigo
mientras me pregunta “¿Y Abe?”. “Viene detrás”. Entro solo en el
estadio. Un estadio de gradas vacías y meta desangelada. Cruzo la meta lleno de
sensaciones encontradas. No ha sido la maratona que yo había imaginado, pero
quiero que la alegría pese más que la pena.
Con la
medalla golpeando mi pecho ya solo me queda esperar la llegada de mi gran amigo
Abe. Van llegando los “Espartanos” del “León Corre” con una gran sonrisa
reflejada en su cara. No podría ser de otra manera. El tiempo pasa y me estoy
quedando frio, así que me despido de los nuevos maratonianos para ir a recoger mi
mochila.
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(Abe y la "Espartana" llegando a meta) |
Abandono
el estadio en busca de mi gente y de Ángeles, cuando veo que llega Abe
acompañado de una “Espartana”. Ahora ya podemos disfrutar los tres por igual. Me
abrazo a Ángeles y con un beso recobramos la tranquilidad.
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(Los tres vencedores de la Maratona) |
Y esta, ha
sido parte de mi historia en la Maratona de Lisboa.