Llego más pronto de
lo normal. Vienen mis amigos desde Madrid y quiero alarga el tiempo junto a
ellos. Se retrasan un poco más de la cuenta por ese pequeño atraco que
sufrieron en una estación de servicio (12 euros por dos desayunos), pero que
después nos deja más de una risa. Nos vamos juntando todos. Madrileños y Leoneses. El Equipo, donde el tiempo pasa muy deprisa,
como siempre, y se hace inevitable prepararnos para correr. Calentamiento,
poco, foto, deprisa, y a la línea de salida.
Un poco para
adelante, otro para atrás, este arco no que es el otro. Seis, cinco, cuatro,
tres, dos, uno y silbato para lanzar nuestros cuerpos a la carrera. “Suerte”
digo a mis amigos y me voy a mi ritmo; tranquilo para administrar el medio
depósito, no tengo para más y cuanto más dure la gasolina menos sufriré.
Disfruto del pequeño recorrido por las calles de La Bañeza.
Después
carretera, más carretera, e intentar seguir los pasos de la fila de corredores
a la que me aferro. Corro en soledad, dejando que las sensaciones, que los
recuerdos me acompañen, que hagan que los kilómetros pasen sin darme cuenta. El
Teleno a lo lejos, sirviendo de faro, de distracción. Botella de agua, que
recojo para darle apenas dos sorbos, y que me dice que ya llevo cinco
kilómetros. Bueno un poco más. El cromo hoy no corre ni en contra ni a favor.
Solo corre. Acompaña mis pasos. Unos pasos que se van distanciando de los
corredores que van por delante. La Luz de la reserva se enciende al entrar en
Miñambres de la Valduerna; dejó que me alcancen e intento seguir sus pasos. El
pueblo hoy está silencioso. Vacías sus aceras. Sin palabras de aliento. Lejos
de los primeros años que corrimos estas mismas calles. Su indiferencia es el
premio a nuestro esfuerzo. Mis fuerzas llegaron hasta donde tenían que llegar,
no hay más. Los pasos que seguía se me van. Kilómetro 12. Todos los ruidos han
desaparecido, solo permanecen el sonido de mi respiración y el de mi zancada al
golpear el suelo. Corriendo en soledad, rodeado de maizales, de tierras ya con
su fruto recogido y que esperan el arado. Veo como todos los pasos se han
alejado definitivamente. Sintiendo como mi lucha por seguir sus pasos resultó
inútil. Me saca de esa soledad ese ciclista que me cruzo y da sus ánimos, esa
pareja que a sus aplausos añaden “vamos campeón”, ese “¡vamos! que con letras
blancas está pintado en el asfalto. Lo peor ya queda atrás, vuelvo a la
carretera que me devuelve a La Bañeza, con el Teleno empujando desde atrás. A
estas alturas solo pienso en que pasen los kilómetros, que aunque despacio,
cada paso me acerca más al final. Eso es lo único que ahora pasa por mi cabeza.
La recta, la larga recta, que me lleva a cruzar la vía del tren, se me hace
eterna. Esa larga recta donde la soledad es más soledad, y donde las ausencias
son más ausencias. La vía, creo que muerta, me hace todo más fácil.
Las
palabras de aliento vuelven a mis oídos. Las piernas, con la proximidad de la
meta, van más deprisa. Busco con la mirada ese último giro, a la izquierda, que
me muestra la plaza Mayor, los arcos, la meta. Esa meta que cruzo con los
ánimos de la gente, con los ánimos de los míos.