Amanece sobre París. Frente al espejo, miro la
sonrisa que este me devuelve, mientras mis pensamientos vuelan
lejos, en busca del mundo de los sueños. Salgo de las catacumbas. Me reúno con
mis compañeros Abe y Gustavo, fuera, en la calle, espera Carlos. La mañana
parisina se muestra esplendida. Los detalles, los pequeños detalles, las
pequeñas cosas, las risas, los silencios, empiezan a tener importancia.
Iniciamos el camino que nos lleva al fin. “De Gare de l´Est a des
Champs-Elysées”. De León a Paris.
“Dix, neuf, huit”…la presión en mi pecho aumenta,
“cinq, quatre”…y el ímpetu de los corredores…”trois, deux, un”…”vámonos”.
Y como si fuese algo ensayado, los miles de corredores, los tres iniciamos el
trote hacia nuestro destino. Lejos de las prisas nos acercamos a la línea de
salida. A ese iniciar de una historia. La avenida ancha, se corre cómodo, se
corre alegre. La euforia se ve, se palpa en el ambiente. No puede ser de otra
manera. Corremos, corremos deprisa, corremos por la place de la Concorde,
corremos con nuestros sentimientos. Hablamos, intercambiamos miradas. “Tranquilo”,
no hay prisa. Sé hasta donde me va acompañar mi amigo. Sé que tenemos un
maratón pendiente. Sé que un día lo compartiremos entero. El corazón late al
ritmo de mis pensamientos. Las grandes avenidas nos llevan, o son nuestras
zancadas, los que nos acercan a la place de la Bastille; a ese punto donde nos
esperan los nuestros, y donde unos pasos amigos seguirán solos. Ahí están,
Alberto “the boss”, nuestro “boss”, Tábita, Ángeles, Juani, Raquel, sus gritos,
sus agitar de brazos, sus ánimos.
Seguimos y llega uno de los momentos, “Suerte amigo”. A partir de
aquí Abe será nuestra retaguardia. A partir de aquí, los pasos serán de dos.
“Doce cascabeles tiene mi caballo…” deja escapar la banda que toca en la plaza.
Busco el ritmo, el que mi cabeza tiene pensado. Todo va bien. Kilómetro 9. El
paisaje va cambiando, y los edificios y el público van desapareciendo; el
verde, los árboles empiezan a adornarlo. Poco a poco nos adentramos en el “Bois
de Vincennes”, en kilómetros de soledad. Miro el reloj, y viajo a mi
tierra, busco a mis amigos, aún es pronto para que ellos me acompañen, pero
presiento que ya están juntos. Sé que están conmigo. “¿Qué tal?”. “Bien”.
Voy cómodo y el ritmo es el pensado. Salimos de la monotonía, de un paisaje
dibujado para correr y disfrutar en otra ocasión. Kilómetro 18. El calor
empieza a hacer mella en los corredores, y quizás esos kilómetros de soledad.
Otra mirada a mi reloj, apenas tres minutos. Kilómetro 20, “tira Satur, voy
a ir más tranquilo”, miro a mi compañero, y le doy esa tranquilidad que
pide “suerte, vamos, no me pierdas de vista”. Recojo el agua del
avituallamiento, las 11:30 horas. La hora. La hora de irme, de salir de París y
viajar para correr con mis compañeros. Mis pasos parecen volar. A lo lejos veo
la silueta de la Cathédrale du Notre-Dame, y en mi cabeza la Catedral de Astorga.
Aparece también, para acompañarme el Sena. Todo ayuda. Todo distrae una cabeza
cargada de kilómetros. El recorrido vuelve a mostrarse insulso, túneles que nos
tragan y escupen. Túneles de silencios rotos por el golpeteo de las zapatillas
contra el asfalto. Kilómetro 27. Otra vez, sus gritos y sus ánimos. “¿Qué
tal?”. Levanto mi pulgar. Todo bien.
A lo lejos le Tour Eiffel empieza a
asomar. El Sena sigue acompañando mis pensamientos, que siguen viajando, que
sigue corriendo junto a ellos. El Sena, le Tour Eiffel, París, un maratón.
¡Vaya foto!. Kilómetro 30. Diez kilómetros corridos con ellos. Dejo Astorga. “Seguro
que ya han llegado todos”. Y vuelvo a París. Los kilómetros empiezan a
pesar en mis piernas. El ritmo, las sensaciones dejan de estar a mi lado. Poco
a poco veo como voy perdiendo lo ganado. “Piensa, piensa, y encontrarás una
solución”. Pero no llega esa solución, y los kilómetros que quedan por
delante no ayudan. Kilómetro 34. Entramos en otra zona verde, el Bois de
Boulogne, y sé que metro a metro se irá cargando la carrera pensada. “No
pasa nada”. Atrapado en el bosque, con la fatiga adueñada de mis piernas,
solo pienso en salir de aquí y alcanzar la meta. Solo eso. Los pensamientos
también se han agotado en mi cabeza. Me agarro a esos últimos ánimos que, mis
seres queridos y amigos, seguro me están
mandando. Vacío de mente. Vacía la mirada. Vacío de fuerzas, solo me queda
repetir gestos. Correr como un autómata. Correr. Dejo que los kilómetros pasen
entre silencios, solo rotos por las sirenas de las ambulancias. “Vamos que
lo tienes”. Kilómetro 42. ¡Maravilla! Los gritos de la gente, los gritos
lejanos de los míos, de mis amigos. De todos los que me han traído hasta aquí.
Recorro mis últimos 195 metros de Paris. Mis ojos buscan la meta con la misma
emoción que siempre.
Paris, je t´aime.