Una historia de recuerdos. Hace frío, o más bien está
fresco, es mi primer pensamiento al llegar a Villamañan, lo que hace que tras
recoger el dorsal, ya junto a mis compañeros del Nunca correrás solo, nos
apresuremos en encontrar un refugio para ese café, o en buscar a José María que
ya lo buscó por nosotros. Ese café lleno de conversaciones, lleno de sonrisas. Esos
momentos compartidos. Alargamos el tiempo más de lo normal por querer evitar lo
inevitable: volver a la calle. Preparativos, foto, y calentamiento, hoy más
agradecido que otros días.
Ya, tras la línea de salida. El sol, tímido, que
quiere unirse a la fiesta. Un minuto para la salida, grita el speaker. Cinco, …,
uno, ¡adelanteeee!, y la carrera se lanza por las calles de Villamañan. Cobijado
en la tranquilidad del grupo unido, siguiendo ritmos, y buscando el nuestro,
tiempo habrá para correr desprotegido. Con comodidad, llegamos a Villacé, no
entramos al pueblo, lo rozamos, pero allí había estaban sus vecinos aplaudiendo,
gritando, animando el paso de los corredores. Me alejo con mi agradecimiento a
esos que han salido del calor de sus casas para dar calor a mis pasos. A lo
lejos, o quizás no tanto, diviso la primera subida; y no era tanto, porque no tardó
en llegar, o no tardamos. Me descuelgo de mi compañera, ella a su ritmo, yo al mío,
siguiendo de cerca sus zancadas. Arriba ya, veo que coge otros ritmos, así que sin
prisas por dar alcance me acomodo a mi carrera. Me abstraigo, me distraigo en el
paisaje de terrenos baldíos, adornado de viñedos. En un paisaje de colores
grises. Otra subida y otro repecho, creo que el último. Subo el repecho, a mi
ritmo.
La distracción no me ha venido mal, el ritmo cómodo no es malo, y sin
darme cuenta llego a Benamariel, a la que entro por ese túnel, por esas
bodegas, por esa calle animada que me lleva a su plaza, a toda esa gente que
allí espera pacientemente, ¡gracias!, a correr sus calles para salir otra vez a
los caminos; caminos ahora rodeados de chopos. Mis pasos me acercan otra vez a
mi compañera. Vuelvo a compartir mis zancadas, a avanzar juntos, por esos
caminos que, entre rectas y giros, transcurren entre las hileras de chopos, que
el otoño desnuda poco a poco, que viaja un rato en paralelo al Esla. Los
kilómetros pasan con su compañía, hablamos poco, un ¿qué tal? de vez en cuando,
un ¡vamos ya no queda nada!. A lo lejos la torre de la iglesia. Corremos en
silencio. Ya estamos más cerca. Ese ¡vamos! Con el eco del pasadizo que nos
mete en el pueblo. Trescientos metros que ya serán cuatrocientos.
Corremos ya con los ánimos de
los nuestros, la recta, los bonitos mensajes pintados en el suelo, el arco... foto cortesía Cundi Vega |
foto cortesía Silvia |