Plaza
de España. Barcelona. España. Tranquilidad y nervios a partes iguales.
Preparativos y despedida. Dejamos a Ángeles, y junto a Abe, Carlos y Gustavo me
voy adentrando en las entrañas del maratón: ya no hay marcha atrás. El
encuentro con Aurelia y Pilar, de las running La Bañeza; la agradable espera al
sol mientras vemos transcurrir el tiempo.
La
charla en el cajón; esa espera interminable. El acercarnos al momento de nuestra
salida. Los primeros que ya corren, cuatro minutos, otros que empiezan, cuatro
minutos, otros que salen, cuatro minutos más, ¡Por fin! ¡Llegó nuestra hora!.
Nuestra cuenta a tras terminó.
Lentamente
nuestros pasos empiezan a dar rienda suelta a sus ansias de correr. Abe se
queda a lo suyo, suerte amigo, mientras Carlos, Aurelia y Pilar unimos zancadas
en busca de las cuatro horas.
Despacio,
respirando, tomando el aire a Barcelona. Intercambio de palabras de calma.
Miradas cómplices. Cogiendo ritmo paso a paso, lejos aún del objetivo, pero sin
prisas; adaptando el cuerpo. Llega el primero de los avituallamientos, el que
pensamos que no necesitamos, pero tan importante como los demás. Mis amigas un
poquito por detrás. Miro de vez en cuando, no llegan a nuestra altura, levanto
el pie, llegamos al Camp Nou, y escucho el gol de Godín, el que nos regalo la
liga a los atléticos; busco a mis amigas, las veo rezagadas unas decenas de
metros, y siento que se han dejado caer en busca de su carrera. Suerte amigas.
Vuelvo la vista al frente, a la suave subida, a buscar ese ritmo cómodo y
monótono. Kilómetro 10; los kilómetros se suceden entre mirar y correr, entre
ver y sentir. Las calles nos acercan a la cercanía de la salida, a los aplausos
del público que allí se agolpa, a los ánimos de Ángeles, a ese “voy bien”.
Nos
vamos alejando, Carlos a mi lado, a ritmo crucero, al ritmo tantas y tantas
veces ensayado. A correr fácil, a dejarnos ir. Kilómetro 15; primer gel. Kilómetros
de cuadrículas, de casas casi iguales, de largas calles, monotonía rota por la
Sagrada Familia, por esa catedral inacabada. Todo va bien, mi compañero va
bien, yo voy bien, el maratón va bien. Kilómetros de sentimientos que van
llenando cada poro. Más kilómetros, más gente en las aceras. Ese niño que
anuncia que si le golpeas la mano correrás más. La gente vuelve a llenar las aceras, aplausos,
corredores que van, corredores que vuelven, kilómetro 18 para unos, kilómetros 22
para otros; busco en las orillas y no encuentro mis ánimos. Seguimos a lo
nuestro, seguimos buscando y encontramos a Ana, Esther, Tábita y Raquel,
aplausos y gritos que nos siguen mientras nos alejamos. Kilómetro 20; de ir
pasamos al volver. Veo a mis amigas Aurelia y Pilar, les grito. No me oyen.
Suerte. Media maratón, media carrera. Otra vez nuestras chicas. Una camiseta
naranja que sube, una cara amiga, “vamos
Abe, ánimo”, grito. Gestos y palabras “lo
dejo, voy roto”. Momentos de tristeza. Momentos que tenemos que olvidar.
Vamos. Busco otra vez en las aceras y no encuentro. Sigo. Seguimos. Kilómetro
24; el silencio empieza a apoderarse de los cuerpos de los corredores. Respiraciones
y el golpeteo de las zapatillas contra el asfalto son ahora los únicos ánimos que recibimos.
Caras que empiezan a sufrir el maratón. Barcelona a nuestros pies. Kilómetro
25; otro gel. Otro paso dado. Ya queda menos. Otra vez la Diagonal; otra vez la
carrera se convierte en ida y vuelta, en envidia de los que vuelven. Otro un buscar
a Ángeles y otra vez en no encontrar. Me marcho sin sus ánimos. No pienso,
corro. Kilómetro 30; hablo a mi compañero, en un intento de distraer sus pensamientos,
“voy bien”, me dice, pero le sigo
hablando de tonterías como después me dijo. Kilómetro 32; “tira, no quiero forzar”. Le deseo suerte y tiro, y me voy poco a
poco, cuando uno no va lo mejor es su soledad. Y empiezo a traer a mi mente a
todos mis amigos, a toda la gente que me quiere, a todos los que en la
distancia están corriendo conmigo. Y veo el mar, y pienso, si quizás en tonterías,
pero me ayudan. Corro, voy bien, y me siento bien. Un “vamos Satur” interrumpe el curso de mis pensamientos. Kilómetro
35; tomo el último gel. Y llego al arco de triunfo, paso por debajo viéndome
triunfador. Las calles se estrechan y el público empuja. Aplausos y palabras de
ánimo. Griterío. La Catedral del Mar; una sardana. Ya todo a favor. Último
kilómetro. La sonrisa asoma en mi rostro. “Vamos
Satur” me grita Abe y Tábita. Ya sonrío. Lo tengo. “Satur”, se desgañita Gustavo. Alzo la mano con el puño cerrado por
la rabia, por la emoción. Plaza España, giro a la izquierda, una recta y al
fondo la meta. Corro los últimos metros disfrutando como lo he hecho en toda la
carrera. Cruzo la meta, hago la señal de la cruz; como siempre. Levanto mi dedo
índice buscando el cielo. “Alejandro, va
por ti”. Sonrío. En mi mente
resuenan aplausos. El corazón late lleno de sentimientos. Otro sueño cumplido.
Gracias
a todos los amigos, a los que me acompañaron en Barcelona y a los que desde
lejos estuvieron conmigo.