El fin de semana que tenía por delante prometía.
Dos leguas, dos carreras, lo que en mí quiere decir que si no quiero sufrir
tengo que correr con cabeza.
Con esa idea me presento el sábado en Santa
María del Páramo, donde se disputa la primera de las leguas: la XII Legua
Nocturna Popular.
Llego pronto, con tiempo para disfrutar del
ambiente, de las carreras de los pequeños, y de mis amigos del “Nunca correrás
solo”. Todo pasa deprisa, como siempre que estas a gusto, y llega el momento de
pensar en la carrera. Junto a mis compañeros, empiezo a calentar, a comentar la
carrera, lo que deberíamos hacer para no morir en el esfuerzo. Y así vamos
acercándonos al momento de la salida. Bajo el arco de salida, vigilados por la
torre de la iglesia, rodeado de corredores, junto a mis compañeros espero el
“ya”.
Empiezo junto a ellos, con esos sinceros deseos
de buena suerte, repitiéndome: tranquilidad; dejo que los primeros metros, esos
en los que la calle no permite correr, trascurran, que simplemente pasen.
Pronto la calle se hace ancha y ya puedo ir pensando en mi ritmo. Medio salimos
de Santa María, y nos vamos su “ruta del colesterol”. Respiración y calma, poco
a poco, intentando disfrutar; no dejando que los pasos de los que me adelantan
sean los míos, aún no. La cabeza no se ha vuelto loca por las prisas. Noto que
empiezo a encontrarme cómodo. Oscuridad y este año con menos calor. Vuelta al
pueblo, con esa fiesta de jubilados que nos reciben con sus aplausos, preludio
de los ánimos que recibimos cuando la carrera llega al polideportivo. Oigo mi
nombre por un lado y por otro, lo que alegra mi estado de ánimo. Me estoy
encontrando bien. Vamos a por la segunda vuelta, a la “ruta del colesterol”,
donde incremento un poquito mi ritmo. Respiración y ritmo acompasados, me
encanta correr así. De menos a más. Otra vez los jubilados, que olvidándose de
nosotros bailan en la calle al son de “me gustas mucho, me gustas mucho tú…”;
la música me va acompañando, casi hasta donde Eduardo, que ha sido mi sombra,
me dice “Saturnino, hasta aquí llegué”,
“vamos que no queda nada”, le
contesto, pero sigue a su ritmo. Estoy disfrutando. Entro en el estadio, en la
pista de atletismo, a por esa vuelta que cuando vas mal se hace eterna, pero
que cuando vas bien recorres en un “pis pas”, esa grada gritando, y esa meta
que, cuando la cruzas, te convierte en atleta.
Cojo aire, saludo a los amigos, me voy reuniendo
con mis amigos del “Nunca correrás solo”, con los que termino una gran
tarde-noche.
El fin de semana no ha terminado. Llegó la tarde
del domingo, el día de la segunda legua, de la segunda carrera: La II Legua
Popular de Audanzas. Me reúno con mis compañeros, café, charla y a corretear un
poco, para afrontar la carrera en las mejores condiciones. Con el cielo cubierto
de nubarrones y mucho aire esperamos la salida. La cuenta atrás es breve, y
tras el 3, 2, 1, arrancamos a correr, empezamos el callejeo. El plan, el de
ayer, correr tranquilo. Calles de ida y vuelta para ir situándome en carrera,
revueltas y más revueltas, lo que impide coger un ritmo constante. Ánimos a los
compañeros con los que te cruzas de vez en cuando. Otro giro. Más aire, siempre
de cara. Ese camino que nos saca del pueblo y que nos vuelve a meter para
volver al callejeo, a recibir los aplausos de la gente que se agolpa en la
plaza, a bordear la iglesia para completar la primera vuelta. Y vuelta a
empezar, ahora con un poco de fatiga. Procuro mantener el ritmo sin alterar mucho
mi respiración. Otra vez la calle de ida y vuelta, a las palabras de apoyo, a
luchar contra el viento, contra el cansancio. Correr y correr las calles ya
corridas, el camino, y los aplausos de la plaza. Ya está casi hecho, dos giros,
la iglesia, y la pequeña recta que me deja en la meta.
Misma distancia de ayer, pero un poco más de
sufrimiento, pero a pesar de ello satisfecho con la carrera.
Para rematar esta historia, os dejo con los
enlaces de las fotos de Ángeles.