Palacios del Sil. Un año después me sitúo en la
línea de salida lleno de recuerdos. Recuerdos que se distraen entre los saludos
a los amigos, entre los inevitables deseos de buena suerte, entre la cuenta
atrás, y entre esos primeros pasos. Despacio empiezo a tomar el pulso a la
carrera, y ya desde los primeros metros empezamos a subir. Subida suave y constante,
que transcurre con la protección de la sombra de castaños y robles; el calor
aún no es preocupante, pero se agradece el frescor que transmiten. El trote ya
se ha hecho caminar, y lentamente ascendemos el camino, metro a metro. Zancadas
que desde el principio comparto con mi compañero del Nunca correrás solo, Mauri,
y que esperamos compartir hasta el final. Miro el reloj, en mi mente el fuera
de control, y este sí que corre deprisa.
Foto cortesía de Sara Vega |
Subir y subir, para seguir subiendo
por la senda de Fanales, y que poco después nos permite un pequeño respiro, un
dejar de andar para trotar más con la cabeza que con las piernas. Poco dura la
alegría y después del avituallamiento vuelta a subir para llegar a esa pradera
que nos lleva casi llaneando al Pico del Cueto.
Foto cortesía de Ángel González |
Y desde aquí, y sin tiempo
para disfrutar de la belleza del paisaje, descendemos casi a tumba abierta y
con la precaución del que, como yo, tiene más miedo que vergüenza; desciendo
con precaución, hasta llegar al terreno de “sendear”, y donde el trote se hace más
alegre. De la senda entre dos valles, con la visión de las montañas a derecha e
izquierdas, pasamos a esa senda de bajada en zigzag; a esa senda entre arbustos;
a esa senda donde me es imposible no pensar, donde lleno los pulmones de bocanadas
de recuerdos, y que llevo tras de mí hasta ese barrizal y de ahí a La
Fontellada.
Foto cortesía José Ángel |
Pasado el corte, y después de hidratarnos y alimentarnos,
nos adentramos en lo desconocido. Poco dura la alegría del cómodo camino, y
pronto nos damos de bruces con “La Chera”, con otra dura subida. La subida, diminutos
corredores llegando a la cima atrae mi mirada. Mejor no mirar. Caminar saltando
de piedra en piedra, y subir. “Dios si
llevo subiendo desde que salí””Pero esto no se acaba”. Cansado, con la
vista clavada en las rocas intento dejar la mente en blanco, no pensar. Los
kilómetros transcurren lentos y el tiempo rápido. “Pero de donde han sacado tantas piedras”. Kilómetro 13 y parece
que ya toco el cielo; salvamos el segundo pico, y ya parece que a partir de
aquí todo será más fácil. Trotamos más y andamos menos. El paisaje se sigue
mostrando espectacular, y aunque con la fatiga metida en el cuerpo intentamos disfrutar
de él, de esos caminos y sendas rodeados de bosques y matorrales. “Cuidado con
la bajada que es peligrosa” nos dice un voluntario, y llegados a ella hay que
agarrarse a lo que se puede, a ese palo o a aquella rama, y que nos lleva a “surfear”
sobre las piedras, a seguir bajando. El cansancio y la vista puesta en el suelo
impiden que veamos la señalización de la carrera, lo que hace que nos despistemos
del camino; no es mucho lo que andamos a contracorriente, eso sí gracias a José
Ángel, corredor con el que hemos compartido algún trozo de carrera, que nos
devuelve a la realidad. Con el dúo convertido en trío llegamos al riachuelo de aguas
cristalinas y frías que a estas alturas son una bendición para nuestras
piernas. Con ese agradable recuerdo salvamos la última cuesta, para ya correr
en busca del final, de esa corta recta que nos deja en la meta.
Foto cortesía de Jesús Linares |
En esa meta donde hoy termino dos carreras.