Ocho menos cuarto de la mañana. Ocho grados y un cielo gris cubriendo León. No llueve, no hace aire, no hace frío, todo hace presagiar que será un día ideal para correr, que puede ser un gran día.
Desayuno. Aseo. Últimos detalles, últimos preparativos.
Nueve de la mañana y sin prisas, nos dirigimos hacía el Hispánico, lugar de la salida, con tiempo más que suficiente para saludar a los amigos, con quienes entre charlas, fotos y risas distraemos el tiempo.
Y ese tiempo de espera toca a su fin, el momento de la verdad se acerca, metido entre cientos de atletas espero la señal de salida, el disparo, que no de gracia, y si de buena suerte; y a las diez y media, con casi precisión británica, empezamos a correr; con algarabía y mucha alegría transcurren los primeros metros; entre sonrisas y miradas cómplices, tomamos contacto con la carrera, se sueltan nervios, cogemos ritmo, y lo más importante, sensaciones; entre una riada humana subimos por la calle Corredera, con corredores que nerviosos cruzan de un lado a otro, algún que otro codazo, algún pisotón perdido; a mi lado Ángel, quién esta empeñado en ayudarme, aunque hoy presiento que no va a ser el día, se lo hago saber y le indico que se vaya con los compañeros que nos preceden a solo unos metros de distancia; en un principio se resiste, pero ya en la plaza de Guzmán comprende que lo mejor que puede hacer para ayudarme hoy es marcharse y dejarme solo, y con él, desgraciadamente, se va el sueño de esta carrera; ya en soledad empieza mi lucha por coger un ritmo cómodo que no me desgaste en exceso, atrás queda el hostal de San Marcos y con más espacios en el asfalto hace que el correr sea más fácil, que ya no haya que ir esquivando corredores.
Los kilómetros se suceden y el terreno se vuelve favorable, tampoco hasta ahora había sido un castigo, simplemente una ligera subida, suave y tendida; sobre el kilómetro seis, alargo la zancada y decido abandonar la compañía del globo de 1h45´, el leve descenso hace que la respiración agitada se calme y corra algo más cómodo, pero sigo sin buenas sensaciones y con el ritmo atragantado; aún así estoy disfrutando de mis calles, quiero disfrutar de ellas; me deleito mirando el moderno Musac, con su colorido, antesala del regreso al centro de la ciudad y preludio de la llegada al punto más emblemático, el paso junto a nuestra Catedral; ya en el repecho de la calle Ancha, giro por Sierra Pambley y ahí, frente a mí, se alza Ella, grande, inmensa, rindiéndose hoy ante los sufridos corredores; unos metros más y recibo el ánimo y el incansable apoyo de Ángeles, de An-gelillo y Esther, y del equipo muchachita; me alejo, continuo con el peregrinaje y con mi particular vía crucis, intentando mantener el ritmo; llegando al kilómetro once me da alcance la liebre de 1h45´, me aferro a él, pero después de un tira y afloja me entrego, definitivamente hoy no era el día.
Vuelvo, o mejor dicho, continúo con mi ritmo, luchando por no irme en el tiempo; llego a la candamia, zona de entrenamientos habituales; en la Lastra nos recibe un bullicioso grupo de jóvenes, quienes con sus cánticos nos dan el último empuje (gracias), haciendo que durante unos segundos aparte de mi cabeza la fatiga física que no mental; con el eco de sus “oes, oes” me voy a disfrutar de los últimos metros, con paso constante, quizás algo cansino, cogiendo aire, con dignidad; la multitud me acerca al último giro, a la entrada al estadio, a la recta de meta, al apoyo de todos los míos, y por qué no, a mi momento de gloria, a mi 1h45´31´´; sé que no era el final que mi cabeza quería pero es al final al que me han llevado mis piernas.
Pero aún no he terminado, sin apenas demora entrego el chip, recojo la bolsa del corredor, y mientras me hidrato me voy hacía la grada, donde me espera Ángeles y el resto de amigos, “¿y Sonia?”, “en la catedral iba bien; y tú ¿qué tal?”, “voy a buscarla; yo bien”.
Deshago el camino, al tiempo que ánimo a los corredores que me cruzo, con la vista siempre puesta en la siguiente esquina, esperando ver la silueta de mi hija, por fin la veo, enfila la calle Octavio Álvarez Carballo, mi corazón da un vuelco de alegría y satisfacción, la emoción la puede, “venga que la tienes”, y ya hasta el final, hasta su momento de gloria no dejo de animarla.
Después de la tempestad viene la calma y como es habitual en nuestras reuniones atléticas tuvimos tiempo de contarnos nuestra carrera, de compartir nuestras experiencias y nuestros próximos objetivos, pero todo eso ya lo hicimos compartiendo una agradable comida.
La II media maratón ya es historia, una bonita historia, y aunque ni de lejos he conseguido el objetivo que hace meses me había marcado, he disfrutado con sufrimiento de las calles de mi ciudad. Y ahora solo queda esperar a la 3ª edición, donde espero contar con vuestra presencia.