No es que nos guste, es que nos encanta salir a correr; no dejamos de entrenar (siempre con las zapatillas a cuestas); nos dejamos llevar por nuestras sensaciones (solo las buenas); somos expertos en lo que nosotros llamamos molestias, esos pequeños males que están siempre expectantes, siempre esperando sorprendernos.
Cuando esas molestias son leves, no hay problemas, seguimos corriendo. Nos mantenemos alerta y después de un tiempo y con unos pequeños cuidados todo vuelve a la normalidad, a nuestra querida normalidad.
Pero toda nuestra vida se complica (pensamos que así es) cuando esas molestias (las leves), esas que eran pequeñas, no cesan. Saltan todas las alarmas, y llegan las visitas a especialistas, físios y demás “santones de la rápida recuperación”; con ello llega el terrible veredicto “tienes que parar”.
Ese es el verdadero problema, “parar”; “¿no puedo trotar un poquito”; “parar”.
Aún así nos resistimos, seguimos forzando a nuestro gran aliado, nuestro cuerpo, aún a sabiendas de que no solucionamos el problema.
Y mientras intentas retomar la normalidad, y fuerzas para salir de la pesadilla, piensas “Qué fácil es decir a otros que paren, que no fuercen, que descansen, que escuchen a su cuerpo, y que difícil es asumirlo en nuestras propias carnes”.
Así que vamos a tocar madera y pedir que nos respeten las lesiones (esas pequeñas molestias).
Cuando esas molestias son leves, no hay problemas, seguimos corriendo. Nos mantenemos alerta y después de un tiempo y con unos pequeños cuidados todo vuelve a la normalidad, a nuestra querida normalidad.
Pero toda nuestra vida se complica (pensamos que así es) cuando esas molestias (las leves), esas que eran pequeñas, no cesan. Saltan todas las alarmas, y llegan las visitas a especialistas, físios y demás “santones de la rápida recuperación”; con ello llega el terrible veredicto “tienes que parar”.
Ese es el verdadero problema, “parar”; “¿no puedo trotar un poquito”; “parar”.
Aún así nos resistimos, seguimos forzando a nuestro gran aliado, nuestro cuerpo, aún a sabiendas de que no solucionamos el problema.
Y mientras intentas retomar la normalidad, y fuerzas para salir de la pesadilla, piensas “Qué fácil es decir a otros que paren, que no fuercen, que descansen, que escuchen a su cuerpo, y que difícil es asumirlo en nuestras propias carnes”.
Así que vamos a tocar madera y pedir que nos respeten las lesiones (esas pequeñas molestias).