Hoy hace un
mes que corrí el Maratón de Madrid: Mapoma. Demasiado tiempo para contar mi
historia, pero no la podía dejar encerrada en un cajón, así que aquí queda
plasmada en este mi pequeño cuaderno de bitácora.
En la pequeña cocina, ensimismado observo ese
tazón, ya vacío, como si en sus posos quisiese ver el futuro. Pero no son de
café, y aunque lo fuesen tampoco podría adivinarlo. Así que mejor empezar a
vivir el presente. Inicio ese pequeño viaje hacía el retiro, junto a Julio, para
encontrarme con los amigos que repiten locura, Cristina, María Jesús y Óscar, y
con los que no tardarán en cometerla: Alicia y Pedro, que hoy correrán la Media.
Ya juntos. El grupo respira optimismo. Sus risas
pueden llegar a ser contagiosas. Unas sonrisas que esperemos podamos compartir
en unas horas. Todo pasa deprisa, del primer encuentro, al segundo, donde nos
vemos con Gustavo y Miguel Ángel, y con nuestros animadores Beatriz, Abe,
Ángeles y Sonia. Demasiado deprisa. Despedidas, un hasta luego y mucha suerte.
Encajonados, cada uno con sus sentimientos,
esperamos el momento de la salida. Los seis juntos, formando ese pequeño punto
naranja, entre ese inmenso collage de colores. ¡Suerte chic@s!. Corremos
juntos, como una piña, como lo hemos hecho en tantos entrenamientos. Castellana
arriba, sintiendo ya el calor, empezando a coger el pulso; al encuentro de
Julio y su cámara.
De Ángeles, Sonia y sus ánimos. Del Santiago Bernabeu, que
no pasa desapercibido, y si así fuese ya hay quien nos lo recuerda, y si, este
año “también va por Lucía”. Agua, esta vez para beber, que aún nos
acordamos de toda la que sobró el año pasado. Todo va bien. Los kilómetros
fáciles siguen cayendo de nuestro lado. Las calles ahora más favorable para
correr, pero ahí que tener prudencia, “esto es muy largo”. Kilómetro 11, otra
vez Julio, Ángeles y Sonia. El grupo compacto, tranquilo y alegre. Y
¡¡¡dios!!!, se me arrancan a cantar, primero Cristina y después a coro “Ese
Nunca, ese Nunca es, ese Nunca es un campeón, es que somos de León. No nos
gustan las patrañas, porque entrenamos en las montañas”. Me sonrío y pienso “Abe,
esto se nos va de las manos”. Llega
el momento de separara caminos, Alicia y Pedro, por un lado, y Cristina, María
Jesús, Óscar y yo, por otro. La
Media y el Maratón, se intercambian ánimos y aplausos, se
desean suerte. Casi 14
kilómetros, y apenas me he enterado, pero todo sigue
sumando para la cuenta final. De seis a cuatro, y de cuatro a dos. La cara es
el reflejo del alma, o eso dicen, y así creo. No me hace falta preguntar,
porque lo veo en su rostro, pero pregunto “Qué tal”. “Bien”, me
responde. Las calles nos van llevando a la ciudad más céntrica, por allí ya nos
esperan Abe y Beatriz. Otro empujón de los nuestros. Llegamos a Gran Vía, a esa
calle Precidados, a los inesperados gritos de ánimo de Gonzalo, y los suyos, a
esa vista privilegiada de la
Puerta del Sol. A correr de nuevo la calle Mayor en busca de la Almudena y del palacio de
Oriente.
A recompensar nuestro esfuerzo, nuestros pasos, con los aplausos de
Sonia, Ángeles y Julio. A recordar la foto de aquel mi primer Mapoma, que
cuelga en las paredes de mi casa, y fue tomada en este mismo lugar. A seguir
viviendo sueño tras sueño. Llegamos a mitad de carrera. Vamos bien. A nuestro
ritmo. Miro el crono y sé que no bajaremos de 4 horas. No me importa. “Venga
ahora recuperamos”, la bajada por el parque del Oeste es agradable, y
quizás el último respiro que nos de la carrera. Lo bueno siempre dura poco, y
ya por la avenida Valladolid caminamos hacía Príncipe Pío, donde volvemos a
encontrarnos con los nuestros.
Hoy vemos el entorno más desangelado que nunca.
Poca gente y la que hay silenciosa. Pero aquí están, primero Abe y Beatriz, que
gritan nuestros nombres, entre palabras de ánimo, después Julio, Sonia y Ángeles,
que nos llevan hasta la entrada de la casa de Campo. Vamos a ello, a su
silencio, a esos kilómetros de pensamiento interior. Entre sus árboles dejamos
ir nuestras zancadas. Las sensaciones son buenas. Y poco a poco, Lago y su
temida cuesta, y la salida del silencio. “Saturnino, Saturnino” chillan
desde la orilla. Una orilla en la que no deberías tener a nadie. Y ahí me veo a
Juan con su cazadora del Nunca correrá solo, “Vamos, vamos” continua
gritando. Me alejo con la alegría de haberlo visto, aunque haya sido solo unos
segundos. Vuelvo a lo mío, volvemos a lo nuestro. Después de la cuesta, acompasamos
las zancadas, otra vez más. Y otra bajada, que aprovechamos para coger aire, y
otra subida, en que simplemente subimos. Un poquito más y llegamos a ese punto,
emotivo para mí; entramos en el puente desde donde contemplo el Calderón. Allí
está, hoy silencioso, y hace ocho días ruidoso, y echando al aire mi bufanda.
Ese corredor que entona el himno. Esa esquina que en un guiño nos deja ver su
gradería rojiblanca. Y sigo con esa motivación. Otro trago de agua, antes de
empezar la subida que nos acerque a meta, apenas siete kilómetros para rematar
la faena. El asfalto se torna cuesta arriba. Despacio, sin pausa, un paso tras
otro. La gente nos va empujando, nos lleva en volandas. La glorieta de Atocha,
donde la multitud nos estrecha, antes de abrirnos al paseo del Prado. Ya esta
hecho, los dos lo sabemos. Neptuno, Cibeles, homenaje para un atlético y una
madridista. Llegamos a la plaza de Colón, giro a la derecha, un poco más de
subida, me quedo y me espera, empiezo a estar cansado. Arriba, estamos ya
arriba, casi en el retiro, otro grito, “Saturnino”, miro y veo a Juan Antonio,
que me da el penúltimo arreón. Cuesta bajo, para recoger el último aliento, y
entrar en el Retiro. Enfilo la larga recta, con la sonrisa en los labios, las
sensaciones empiezan a aparecer. Mi cara, su cara, refleja el esfuerzo, pero
también la felicidad. Abe, Beatriz, Gustavo, los primeros en estar a la orilla.
Poco metros después Ángeles, Sonia, Julio, Alicia y Pedro. Y unos pocos metros
más allá nuestro último arco. Corremos por la derecha y Óscar por la izquierda,
y así, casi al mismo tiempo cruzamos la línea de meta. Nos abrazamos. María Jesús,
Óscar y yo formamos una piña, seguimos caminando, y Cristina que nos esperaba.
Abrazos, emociones contenidas. Estiramientos y descanso ante de reunirnos y
recibir los abrazos de los nuestros.
Y esta ha sido la historia de mi veintiocho
maratón.
Gracias a los que durante los entrenamientos estuvieron
pendientes de que todo saliera bien, a los que lo entrenaron conmigo, y a los
que me aguantaron. Gracias a los que el día de la carrera estuvieron en la orilla,
de un lado para otro, dando todo su aliento: Abe, Beatriz, Ángeles, Sonia,
Julio, y Gonzalo y los suyos, y Juan, y Juan Antonio. Gracias a los que desde la distancia tuvisteis
un deseo de buena suerte. Gracias a todos, de corazón.