“La perseverancia todo lo
alcanza”, frase que encabeza este blog, y que bien resume estas últimas doce
semanas. Ahora todo puede parecer fácil, pero yo sé lo duro que ha sido éste
caminar. Mucho esfuerzo que en esta ocasión siento que ha sido recompensado.
Suena
el despertador, el día empieza temprano, y me rescata del estado “duermevela”
en que encuentro sumido. Mientras desayuno repaso lo que puede ser la carrera y
lo que espero de ella. La concentración va paulatinamente invadiendo mi mente y
esta me transmite seguridad. Durante la larga preparación he intentado llegar
bien físicamente y no lo he logrado, pero siento que sicológicamente estoy
pletórico. El viernes, mi amigo Ángel, mi liebre, me preguntaba que a cuanto
íbamos a ir. “No lo sé”, le respondí,
“Pero ayer dije a Sonia que lo haría en 03h50m”.
Con ese pensamiento me despido de Ángeles, “Ten
cuidado”. El frescor de la mañana llena mis pulmones, con tranquilidad, y
no sin cierta preocupación, voy al encuentro de Ángel, juntos nos acercamos al
Retiro.
Ya
en el Retiro, y en la zona de Cibeles, empiezo a sentir la carrera de otra
manera, los saludos a los amigos van llenando la espera. Se acerca la hora y
los del Nunca nos vamos hacia Colón; el grupo se va desgajando por la zona de
salida buscando su lugar, Gustavo y Rodri por un lado, Miguel y Pablo por otro,
y Ángel, Abe y yo por donde podemos. Dentro de la marabunta de corredores la
tensión va en aumento, y la alegría, una alegría desbordante salta de sonrisa
en sonrisa.
El
gran bullicio anuncia que todo ha empezado, vamos caminando en busca de
traspasar la línea de salida, los abrazos de suerte se intercambian entre los
corredores. Piso sobre la línea y el caminar se hace trote, el amigo Abe se
despide de nosotros, y Ángel y yo iniciamos nuestra carrera. Con tranquilidad premeditada
voy cogiendo ritmo mientras subimos por la suave Castellana, los dos sabemos la
importancia que tienen los primeros kilómetros. Ahora todo es bullicio, el de
los que corren y el de los que animan, el de los patinadores que te ofrecen
vaselina. Zancadas que golpean otras zancadas, golpes, codazos descuidados,
corredores en zig-zag ansiando una meta aún lejana. “Tranquilo Ángel, vamos bien así”. Nuestro primer apoyo, Laura,
Beatriz, Tábita, Jaime, Juan, y …, el grupo más bullicioso grita nuestros
nombres. Con el correr sosegado llegamos al primer punto emotivo de la carrera,
el lugar donde se separan los pasos de los que hoy terminarán como maratonianos
y de los que lo serán el próximo año o al siguiente. Donde se separa la historia
de la Maratón
de los 10 kilómetros .
Donde los aplausos y palabras de ánimo saltan de lado a lado.
El
primer avituallamiento anuncia que pronto empezaremos a tener un terreno más
favorable, cambiando la suave subida constante, por el intercambio de bajadas,
llanos y repechos que hace que podamos aumentar el ritmo que nos lleve al objetivo.
Los kilómetros caen cadenciosamente, Pío XII, Príncipe de Vergara, Joaquín Costa,
el puente sobre La Castellana
nos muestra una calle ya vacía, silenciosa. Los pasos nos acercan a Cuatro
Caminos, pasos que se convierten en ansiosos cuando giran en busca de Bravo
Murillo, Ángeles y Anabel estarán ahí para darnos un poco de apoyo. Mis ojos ávidos
buscan los de Ángeles, “Voy bien”,
una mirada que espero sea tranquilizadora. Mi amigo Ángel sigue haciendo de
liebre y de fotógrafo “revoloteador”, que lo mismo me saca una foto por delante
que por detrás, por la derecha que por la izquierda, incansable. Sigo su correr
a mi ritmo o él sigue mi ritmo con su correr, no sabría muy bien. Kilómetro 15,
Guzmán el Bueno, vamos hacia calles emblemáticas, Fuencarral, divisamos a Jaime
que, con el cartel del “Nunca correrás solo” a lo alto, nos anuncia la
presencia de nuestro grupo bullicioso. Con todo su cariño llegamos a Gran Vía,
Preciados, la emotiva puerta del Sol, Mayor. El cansancio que va apoderándose
de nosotros no impide que disfrutemos de ese entorno, de la postal que deja en
nuestras retinas la Catedral
de la Almudena
y el Palacio Real. Con la nostalgia de esas imágenes superamos la cuesta
antesala de la media maratón; una cuesta que se me suele atragantar, pero que hoy
supero sin fatiga mental.
Corremos,
bajamos por el entorno del parque del Oeste, agradable, recuperador y con
tiempo para pensar en lo que llevamos y en lo que nos queda. Nos encontramos, o
me encuentro bien, mucho mejor de lo que yo esperaba. El paseo de la Florida , nos deja en el
kilómetro 25, a
los pies de Príncipe Pío, y en los brazos de cientos de amigos que estrechan
nuestro camino para que su aliento llegue mejor a los ya sufridos corredores.
Entre esos cientos, los nuestros, primero Paloma, Loli e Irene, después los
bulliciosos Laura, Beatriz, Tábita, y compañía, y por último Ángeles y Anabel.
Las miradas de complicidad, de intercambio de preocupación por tranquilidad, “Voy muy bien”.
Por
detrás mucha carrera, por delante la
Casa de Campo, siete kilómetros de muchos sueños rotos y
muchas sensaciones, hemos decidido levantar un poco el ritmo para que no nos
penalice en exceso. A nuestro alrededor solo se oye el golpeteo de las
zapatillas contra el suelo. Gargantas ahora enmudecidas. Silencios ensimismados
solo rotos por algún grito de ánimo, “Venga
dejar ya de calentar y poneros a correr”, que nos arranca una sonrisa.
Miradas al suelo. “Correres” cansinos. Soledad.
Salimos
de esa temida Casa de Campo en la algarabía de Lago, más cansados, pero con más
confianza. Aquí vuelven a estar los nuestros, los míos, Ángeles y Anabel y los
de él, Esther y Ángel-illo. El último grito de apoyo, el que nos acompañará
durante los kilómetros decisivos. El último intercambio de miradas, ella
buscando ver mi estado, yo buscando transmitir confianza. Una mirada por una
sonrisa. “Voy bien” y empiezan a
salir sentimientos interiores.
Con
zancada cansada nos disponemos a afrontar los kilómetros decisivos. Los
kilómetros más duros pero los que contienen más carga emocional, y también los
más difícil de correr, Avenida de Portugal, paseo de la Ermita del Santo, puente de
San Isidro, donde ante el Vicente Calderón elevo mis vista al cielo, un cielo desde
el que Carmen oye los goles del Aleti y espero escuche mi grito silencioso “Siempre con nosotros”, paseo de la Virgen del Puerto, y calle
Segovia, la carrera se vuelve cuesta, y sangre, sudor y lágrimas. No es otra
carrera es la misma, ahora tocar pensar en corto, “No quedan seis kilómetros, queda uno y después otro, y otro”, en
momentos “En los que te esperan en meta y
en los que están contigo en la distancia”, en los amigos “En este y en aquel, en tantos y tantos”
y en trotar, y trotar, y en todo lo que te lleve. Paseo Imperial, paseo de las
Acacias, Ronda Valencia, plaza del Emperador Carlos V, quien dijo miedo, el
cuerpo cansado empieza a sentir que ya lo tiene, ya hace tiempo que lo sabe;
Alfonso XII, con su duro arranque, ya respiramos Retiro, poco más de dos kilómetros;
kilómetro 40, donde mis emocionados recuerdos se llenan de mi hija; puerta de Alcalá,
calle de O´donnell, ya nada importa y solo buscas la puerta del Retiro.
Ángel
y yo entramos en el parque del Retiro, en el lugar donde los sueños se cumplen,
casi abrazados, “Lo tenemos”. Corremos,
ya sin cansancio, entre gritos, embargados por la emoción buscamos a los
nuestros, a mis pasos se unen los pasos de mi sobrino Enrique y a los de mi
amigo Ángel los de su Ángel-illo, y los cuatro juntos corremos los últimos
metros y recogemos nuestro pequeño momento de gloria. Cruzamos la línea de meta, 03h55m15s;
una meta dedicada a mi amiga Teresa, y que pronto ella volverá a cruzar.
Me
abrazo a mi amigo Ángel, que hoy me ayudado más de lo que el cree. Gracias
amigo. Caminamos entre sonrisas, y llenos de paz interior. Bebemos y comemos.
Caminamos con la medalla al cuello. Entre el colorido de los corredores,
reconozco camisetas amigas, las de Los Ponjales, ¡Qué alegría!, saludos y foto,
“Nos vemos en León”. Continuamos. Recogemos
las mochilas y vamos al encuentro de los que más han sufrido por nosotros. Besos
y abrazos, ya sin tensión, van llegando todos los del Nunca, “Ánimo Abe, sabes que eres grande”. Comparto
un rato con Ángel de la Mata
y con Gonzalo, dos contrastes, un experto maratoniano y un debutante. El tiempo
ahora se nos pasa deprisa y la despedida se hace inevitable.
Y
esta ha sido la historia, mi historia, del Maratón Rock´n´Roll Madrid, el que
para mí siempre será Mapoma.
Y
antes de dejaros descansar quiero agradecer a todos los que habéis compartido
conmigo esta aventura, a los que habéis estado en la distancia, y a los que
corrieron por la calles de Madrid para darnos un poco de aliento, Laura,
Beatriz, Tábita, Jaime, Juan, Esther, Bea y Eva, Paloma, Loli e Irene, Esther y
Ángel-illo, Mariano y Enrique, y a Anabel y en especial a Ángeles.