El tiempo pasa lentamente;
parece que ha transcurrido una eternidad desde que, junto a mis compañeros de
aventura, accedí al interior del campo de fútbol, al punto de: Ya no hay marcha
atrás. Cinco amigos dispuestos a sufrir la serranía de Ronda, uno lo hará en
Mtb, otro en la modalidad de Duathlon, y el resto en la modalidad de
marchadores.
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Mis compañeros de aventura |
Sentado en el suelo dejo que el
ambiente vaya invadiendo mi alma. Medito y reflexiono lo que voy a vivir, sobre
cómo he planteado la carrera. Intercambio de cortas conversaciones con mis
compañeros. El entorno, poco a poco, se está volviendo impresionante. Saco el
teléfono de mi mochila. Miro el reloj, una vez más, inmóvil, ajeno a todo. Me
convenzo de que lo planeado es lo correcto. Se acerca la hora, mi cabeza está aquí
y allá; efectúo la primera llamada del día, de un día que promete ser largo, en
busca de palabras de tranquilidad que van de un lado a otro; un “ten cuidado” que se cruza con un “no te preocupes”.
Llega el momento de los
marchadores, mi momento, los ciclistas ya hacen diez minutos que nos cedieron
el protagonismo. Los ánimos se vienen arriban con los ¡Vivas! y esas gorras que
una y otra vez buscaban el cielo de Ronda. Empiezo caminando muy lentamente
entre los dos mil corredores que, unos sabiendo a lo que se enfrenta y, otros
inconsciente de ello, sonríen y gritan y se abrazan. Las calles de Ronda llenas
de sus gentes, sin un metro de acera libre, espectacular. Sigo caminando junto
a José, mi compañero de viaje, y Francisco Javier, disfrutando del ambiente; de
momento tampoco se puede hacer otra cosa. Poco a poco se van abriendo pequeños
huecos que permiten iniciar el trote, no sin antes despedirnos de Javier, que
lo hará andando, y desearnos suerte.
Una empinada y empedrada calle
nos invita a dejar los ánimos de los Rondeños, para adentrarnos, bajo la atenta
mirada de un sol que amenaza desde lo alto, por polvorientos caminos de tierra.
Sin prisas, despacio. Si la tranquilidad es una virtud, en este tipo de pruebas
mucho más. “Los 101 kilómetros no se
corren en el primer kilómetro”. Por delante muchos kilómetros de paciencia.
Pasamos el primer avituallamiento sin parar en él, como teníamos previsto. Las
cuestas empiezan a aparecer en el escenario, lo que hace que volvamos a
caminar. Mi idea de carrera, que aún no os lo he dicho, es acabar en torno a
las dieciocho horas, para ello intentaré trotar mientras pueda en el llano y
bajadas no pronunciadas y andar en las subidas y cuando el cuerpo ya no pueda,
y no pienso apartarme del guión.
Caminar, correr, caminar, correr por caminos
ahora amplios y rodeados de encinas que permiten hacerlo sin dificultad. Los kilómetros
se van acumulando en nuestras piernas, aunque hay que aprovechar estas primeras
horas de frescura física para no desgastar la cabeza. “Se prudente” me repito una y otra vez. Llegamos al kilómetro 24,
primer avituallamiento de comida fría, donde nos entretenemos lo
imprescindible. Después de caminar un poco volvemos al suave trote, siempre
intentando adaptarnos al terreno por el que transitamos. Subir y bajar, subir y
bajar, mientras intento buscar sensaciones en mi interior; voy bien, sé que voy
a acabar y quiero hacer mía esa certeza. El paso por Arriate arranca tímidos
aplausos de reconocimiento. El camino ahora nos regala algo de sombra, y nos
permite tomarnos un corto respiro antes de afrontar una dura y larga subida.
El
sudor vuelve a nuestras frentes a media que el terreno se inclina. Cuestas de inacabables
zigzagueos que pone a los corredores en fila de a uno. Conversaciones
entrecortadas cuando no silenciadas del todo; terrenos para ver y no pensar.
Atrás dejamos esos cinco o seis
kilómetros complicados, y unos 42 de carrera; ahora el perfil parece que se
pone de nuestro lado y hasta el km. 58 nos da un respiro. Caminamos mucho,
deprisa, sin permitirnos un respiro. Tanto mi compañero José, como yo, seguimos
con buenas sensaciones, vamos cómodos y el cansancio no ha hecho mella. Largas
rectas y suaves cuestas, corremos, volvemos a trotar suavemente. “Si seguimos así acabamos en 15 horas”.
Alcalá del Valle; terreno agradable; caminos polvorientos; Setenil de las
Bodegas, kilómetro 58 y donde hemos dejado la mochila de apoyo. Vamos muy bien
y eso nos anima. Llegamos al control y nos encontramos con una visión
desagradable; una larguísima cola para recoger la mochila. Nadie entiende el
por qué está pasando esto, cómo una organización de 11 puede cometer estos
fallos, al final hora y media hasta que nos la entregaron. Después, cansancio
en las piernas, sentimientos de que te han machacado una buena carrera, y poco
más, nos cambiamos deprisa y nos ponemos en marcha. Hemos llegamos de día y
salimos de noche.
Encendemos las luces. Nuestro
frontal ilumina nuestra marcha y la luz roja intermitente que nos hemos
colocado en la mochila señalan el camino de los que vienen por detrás. Durante
los primeros kilómetros dejamos que las piernas vuelvan en sí. Nos vamos dando
ánimos en un intento de minimizar lo sucedido, de recuperar el optimismo y volver a disfrutar
del escenario que nos brinda la noche, una noche siempre llena de incertidumbres.
Ya no corremos, solo caminamos, “no
paramos en el cuartel y así recuperaremos algo del tiempo perdido”. La
dictadura de los kilómetros sigue su devenir. Hemos recuperado la moral.
En el
cuartel de la Legión, kilómetro 78, nos esperan Alex y nuestro amigo Legionario,
que han participado en Duathlon y Mtb respectivamente, y están dispuestos a
disfrutar de unas merecidas cervezas. Nos animan e informan de lo que nos queda
por delante. “Ya lo tenéis, suerte”.
Con la moral restablecida
abandonamos el acuartelamiento. Caminamos y aprovechando el terreno favorable
comemos y bebemos, pronto nuestro frontal empieza a alumbrar la dura cuesta de
La Ermita. Durante unos kilómetros solo subir y subir, siguiendo como
hormiguitas las lucecitas rojas. Fuerza y coraje. Hemos ascendido a buen ritmo
lo que nos permite recuperar mejor en la bajada que ahora tenemos por delante,
Benaoján, la Estación y vuelta al zigzagueo. El camino vuelve a tornarse
complicado, nos desviamos por una senda que asciende en zigzag, dejando ver en
lo alto, muy a lo alto, los parpadeos rojos. Seguimos en pos de esos guiños,
dejándonos seducir por ellos. Kilómetros de guiños que parecen no terminar
nunca. Luego las cosas se complicaron, mi compañero empieza a tener problemas
físicos y tenemos que parar. “Tranquilo
esto ya está, no tenemos prisa, tenemos mucho margen”. La interminable fila
de marchadores nos ofrece su ayuda y su apoyo. “Estamos bien ahora seguimos”. Y seguimos ascendiendo esos últimos
trescientos metros, tranquilos, despacio, ya nada importaba, solo la meta.
Hablo, hablo y hablo en un intento de que no piense, que solo camine. Otro
parón, otro bajón, “venga va, no pasa
nada”. El último esfuerzo, solo cuatro kilómetros. Caminamos con la
tranquilidad que da el saber que estamos cerca del fin.
Tímidamente empieza
amanecer y la niebla nos regala una visión enigmática de Ronda. Ya en la cuesta
del cachondeo, que la deben llamar así por la risa que da subirla, ya en las
calles de Ronda, acercándonos al sueño. Corremos, como no, hay que entrar como
campeones. Sonreímos. Miles de sensaciones recorren mi cuerpo. Enfilamos la
recta en busca del milagro de la felicidad, ese que se produce cuando cruzas la
meta. Nos abrazamos. “Lo hemos
conseguido”. 20 horas 48 minutos. ¡Viva la Legión!.
Y hasta aquí la historia de un
modesto corredor que no buscó una gran gesta, solo su satisfacción personal.