Málaga.
Ocho y veinte de la mañana. Olor a mar. Olor a esperanzas. Otro despertar a un
nuevo maratón. Llego con humildad, confiado. Hoy, en esta historia no estoy
solo, me acompaña Ángeles, siempre fiel, y Abe y Gustavo, siempre incansables a
mis locuras. Se acerca la hora de los ánimos mutuos, de centrarse en el
objetivo, de la despedida. “Suerte”
nos dice Ángeles, “Ten cuidado” me
dice. Nos separamos con una sonrisa; Gustavo, tenso, se sitúa en el primer
cajón, mientras Abe y yo, relajados, nos refugiamos en el último; el mío está
un pasito delante pero quiero estar junto a mi amigo, dar con él esos primeros
pasos que tantas veces hemos dado y que puede
que no…“Dos minutos” oímos por
la megafonía. Hablamos. Miramos. Sentimos. Doy pequeños saltos buscando activar
piernas, cuerpo y mente. “Diez, nueve”…miradas
cómplices…”seis, cinco”,…aplausos…”dos, uno”…explosión de júbilo.
Arrancamos con pasos cortos, la respiración sosegada, serenos, cogiendo el
pulso al largo maratón. Vamos y venimos. Ángeles dando ese primer apoyo. Separo
los pasos de los de mi amigo. “Suerte,
nos vemos en meta” nos decimos. Y volvemos. Otra vez Ángeles. Tres
kilómetros. Y nos vamos alejando por la larga recta del paseo marítimo.
Palmeras, mar y asfalto, y corredores aún sonrientes. Tranquilo, sin prisas,
siguiendo el ritmo de los que me rodean, y adelantando poco a poco. Alcanzo al
grupo de cuatro horas, y lo sigo hasta el caótico avituallamiento del kilómetro
5, donde me fue imposible coger agua porque a estas alturas dos cortas mesas
son insuficientes para saciar tantas ansiosas manos. Me incomoda irme sin dar
mis primeros sorbos, ya que considero importantísimo beber desde el principio.
Así que me adelanto al gran grupo, con el pensamiento, con la seguridad de que
hoy no me va volver a alcanzar. Mi ritmo va yendo a más. Nos vamos cruzando con
los que nos preceden que ya vuelven sobre sus pasos. Kilómetro 7 y medio, me
vuelvo a quedar sin agua. “Pero ¿qué
pasa?”. Tres voluntarios con tres botellas de litro y medio rellenando
vasos, cuatro mil manos deseosas, resultado: no les da tiempo a tanto relleno.
Sigo, indignado, cabreado. “Venga, piensa
en positivo”, me digo. Miro a los que regresan, buscando a los amigos. “Vamos
Gus”, detrás de él, el grupo de las tres horas, poco después, “Satur”, Chisco llama mi atención, con
el tiempo suficiente de chocar nuestras manos. Kilómetro 9, se acerca mi momento
de retornar sobre mis pasos. Una vuelta con el terreno ligeramente favorable;
todo viene bien. Voy cogiendo buen ritmo de crucero. Ya con la mente alcanzando
ese plano de ensimismamiento en que las cosas suceden sin más. Mundo del que me
rescata Abe, “Vamos Satur””Vamos”. Le
veo bien. “Vamos, vamos” me voy
diciendo. Kilómetro 10 o lo que es lo mismo: Agua. Aquí si. Ya era hora. Vuelvo
a mi interior, siguiendo los pasos más adecuados, dejándolos cuando veo que van
muy lentos o cuando van muy rápidos. Sigue el paisaje de asfalto, mar y
palmeras. Kilómetros y kilómetros, zancadas y zancadas, pensamiento y sueños. Todo va quedando en nuestro cuerpo. Todo.
Volvemos a la ciudad (bueno quizás no la
hayamos abandonado nunca, no lo sé), ya queda poco para otra cita, lo que
sin querer eleva mis ánimos. Voy muy bien y sin rastro de cansancio.
Kilómetro 16, el lugar de la cita, calle Marqués de Larios, busco por mi izquierda, el lugar elegido, sin olvidarme del derecho, por si acaso. No hay mucha gente, así que no tardo mucho en verla, allí está. Seguro que anhelante por ver mi rostro, por detectar mi estado. Y ahí voy. Con la mejor de las sonrisas, con alegría. Miradas y palabras de apoyo. Sigo, pensando en la próxima cita, a la que tendremos en seis kilómetros. Plaza de la Constitución. Calles peatonales, ayer paseadas. Kilómetros amenos y bellos para los sentidos. La Alcazaba, la Catedral. Turistas cámara en mano, ajenos a nuestros esfuerzos. Paseantes, más ajenos que los turistas, indiferentes a nuestro paso. Giros y más giros en calles estrechas, antes de volver a la soledad, a la tristeza de una ida vuelta por un río seco y silencioso que nos muestra La Rosaleda, hoy también callada, y que tantas alegrías y llantos han dado a la ciudad malagueña. Alcanzo la media maratón sin que la fatiga asome a mis piernas; buen síntoma. Ahora, sumergido en las entrañas de un largo subterráneo, hago balance de lo que llevo y de lo que queda. Chequeo de sensaciones. Todo va bien.
Sé que estoy cerca de otra cita con Ángeles; y a la salida de ese túnel, en el kilómetro 22, según lo pactado, la veo, nos sonreímos desde lejos y le digo “voy bien”, no sé si me ha preguntado, pero se lo digo. “Y me siento bien” me gustaría haber añadido, pero no me da tiempo. Sigo con el mismo ritmo aprendido ya por mi cuerpo. Ni más ni menos. Cómodo. Los pensamientos van y vienen. Los kilómetros siguen corriendo a mi favor, kilómetros ahora insulsos; los de relleno. Las aceras, antes indiferentes, se convierten ahora en vacías. Solo el ánimo de los voluntarios me saca de la ensoñación. Mucho silencio. Demasiado. Kilómetro 25, otra vez problema con el agua, solventado por la botella que me cede otro corredor, y que yo al mismo tiempo traspaso. De lujo, una botella para tres. No me olvidado de este incidente cuando los claxon de los conductores se quejan de nuestro paso. Lo que les faltaba. “Málaga no se merece un maratón”, me digo. Primero indiferencia y ahora falta de respeto. Vuelvo a desechar los pensamientos negativos, “no merecen la pena”. Corro y corro. Me aproximo al comienzo de los kilómetros más críticos. Pienso en recuerdos agradables que solo me piden seguir como voy. Pasado el kilómetro 30 vuelve el encuentro con los corredores que van por delante, ellos por el 37 y medio, que envidia, pero ya llegaré ahí. La experiencia me da fuerza, es el momento de empezar a usar la cabeza. Sigo con el mismo esquema de paciencia y tranquilidad. Mis zancadas poco a poco van dando cuenta de estos kilómetros tan desoladores, sin gente, sin interés, sin nada, y que me llevan al kilómetro 33, a otro ir y venir, a otro triple cruce de corredores, en el busco caras amigas y que me alegro de no encontrar. El momento, ahora es importante, y trato de seguir adaptado a la carrera. Cansado no, quizás algo fatigado, pero no cansado. Ahora soy yo el que llego al kilómetro 37 y media, el que quizás esté siendo envidiado por los que llegan al ir y venir. “No te despistes, espabila, sigue”. Kilómetro 38, “ya tengo, te cuento con los dedos de una mano”. Me cierro en mis seguridades. A lo lejos ya alcanzo a ver los barcos del puerto, lo que me hace intuir la meta. Cien metros, allí se alza el kilómetro 39, dos niños que dejan sus aplausos a mi paso; les sonrió, no es para menos, a estas alturas es gasolina pura. La certeza de la meta, de cumplir otro sueño, eleva mis pensamientos a la categoría de recuerdos, y los sentimientos empiezan a aflorar. Kilómetro 40, kilómetro mágico y lleno de recuerdos “¿cuántas veces me he presentado ante ti? ¿cuántas emociones?”. La lucha por mi victoria pronto tendrá su recompensa.
La gente, familiares y amigos, empiezan a estrechar el recorrido, y un torrente de emociones asciende por mi cuerpo, ya las vallas acotan las zancadas, llego al Kilómetro 42; a Ángeles, primero una llamada, después un gesto, una sonrisa; a Gustavo, que ya descansa de su esfuerzo; continuo con la alegría de recorrer los últimos metros. Este es mi momento, “¡Si lees esto es que lo has conseguido!” reza en una pancarta. Claro que lo he conseguido. Cruzo mi meta. Camino, ya más tranquilo, inspirando las emociones que aire despide. Me colocan mi medalla “enhorabuena” “gracias”. Y vuelvo a caminar, sin prisas, y me siento, y hago amago de estiramientos. Y pienso y recuerdo todo lo que ha llevado hasta allí. Me doy tiempo antes de salir de la zona vallada. Me encuentro con Ángeles y Gustavo, y esperamos la llegada de nuestro amigo Abe. Ya todos en meta, satisfechos, sin dejar un resquicio a la tristeza. Lo hemos conseguido.
Kilómetro 16, el lugar de la cita, calle Marqués de Larios, busco por mi izquierda, el lugar elegido, sin olvidarme del derecho, por si acaso. No hay mucha gente, así que no tardo mucho en verla, allí está. Seguro que anhelante por ver mi rostro, por detectar mi estado. Y ahí voy. Con la mejor de las sonrisas, con alegría. Miradas y palabras de apoyo. Sigo, pensando en la próxima cita, a la que tendremos en seis kilómetros. Plaza de la Constitución. Calles peatonales, ayer paseadas. Kilómetros amenos y bellos para los sentidos. La Alcazaba, la Catedral. Turistas cámara en mano, ajenos a nuestros esfuerzos. Paseantes, más ajenos que los turistas, indiferentes a nuestro paso. Giros y más giros en calles estrechas, antes de volver a la soledad, a la tristeza de una ida vuelta por un río seco y silencioso que nos muestra La Rosaleda, hoy también callada, y que tantas alegrías y llantos han dado a la ciudad malagueña. Alcanzo la media maratón sin que la fatiga asome a mis piernas; buen síntoma. Ahora, sumergido en las entrañas de un largo subterráneo, hago balance de lo que llevo y de lo que queda. Chequeo de sensaciones. Todo va bien.
Sé que estoy cerca de otra cita con Ángeles; y a la salida de ese túnel, en el kilómetro 22, según lo pactado, la veo, nos sonreímos desde lejos y le digo “voy bien”, no sé si me ha preguntado, pero se lo digo. “Y me siento bien” me gustaría haber añadido, pero no me da tiempo. Sigo con el mismo ritmo aprendido ya por mi cuerpo. Ni más ni menos. Cómodo. Los pensamientos van y vienen. Los kilómetros siguen corriendo a mi favor, kilómetros ahora insulsos; los de relleno. Las aceras, antes indiferentes, se convierten ahora en vacías. Solo el ánimo de los voluntarios me saca de la ensoñación. Mucho silencio. Demasiado. Kilómetro 25, otra vez problema con el agua, solventado por la botella que me cede otro corredor, y que yo al mismo tiempo traspaso. De lujo, una botella para tres. No me olvidado de este incidente cuando los claxon de los conductores se quejan de nuestro paso. Lo que les faltaba. “Málaga no se merece un maratón”, me digo. Primero indiferencia y ahora falta de respeto. Vuelvo a desechar los pensamientos negativos, “no merecen la pena”. Corro y corro. Me aproximo al comienzo de los kilómetros más críticos. Pienso en recuerdos agradables que solo me piden seguir como voy. Pasado el kilómetro 30 vuelve el encuentro con los corredores que van por delante, ellos por el 37 y medio, que envidia, pero ya llegaré ahí. La experiencia me da fuerza, es el momento de empezar a usar la cabeza. Sigo con el mismo esquema de paciencia y tranquilidad. Mis zancadas poco a poco van dando cuenta de estos kilómetros tan desoladores, sin gente, sin interés, sin nada, y que me llevan al kilómetro 33, a otro ir y venir, a otro triple cruce de corredores, en el busco caras amigas y que me alegro de no encontrar. El momento, ahora es importante, y trato de seguir adaptado a la carrera. Cansado no, quizás algo fatigado, pero no cansado. Ahora soy yo el que llego al kilómetro 37 y media, el que quizás esté siendo envidiado por los que llegan al ir y venir. “No te despistes, espabila, sigue”. Kilómetro 38, “ya tengo, te cuento con los dedos de una mano”. Me cierro en mis seguridades. A lo lejos ya alcanzo a ver los barcos del puerto, lo que me hace intuir la meta. Cien metros, allí se alza el kilómetro 39, dos niños que dejan sus aplausos a mi paso; les sonrió, no es para menos, a estas alturas es gasolina pura. La certeza de la meta, de cumplir otro sueño, eleva mis pensamientos a la categoría de recuerdos, y los sentimientos empiezan a aflorar. Kilómetro 40, kilómetro mágico y lleno de recuerdos “¿cuántas veces me he presentado ante ti? ¿cuántas emociones?”. La lucha por mi victoria pronto tendrá su recompensa.
La gente, familiares y amigos, empiezan a estrechar el recorrido, y un torrente de emociones asciende por mi cuerpo, ya las vallas acotan las zancadas, llego al Kilómetro 42; a Ángeles, primero una llamada, después un gesto, una sonrisa; a Gustavo, que ya descansa de su esfuerzo; continuo con la alegría de recorrer los últimos metros. Este es mi momento, “¡Si lees esto es que lo has conseguido!” reza en una pancarta. Claro que lo he conseguido. Cruzo mi meta. Camino, ya más tranquilo, inspirando las emociones que aire despide. Me colocan mi medalla “enhorabuena” “gracias”. Y vuelvo a caminar, sin prisas, y me siento, y hago amago de estiramientos. Y pienso y recuerdo todo lo que ha llevado hasta allí. Me doy tiempo antes de salir de la zona vallada. Me encuentro con Ángeles y Gustavo, y esperamos la llegada de nuestro amigo Abe. Ya todos en meta, satisfechos, sin dejar un resquicio a la tristeza. Lo hemos conseguido.
Gracias
a todos los que, desde que empezó esta historia, se han movido a mi alrededor. Gracias a mis amigos por el gran fin de semana pasado en Málaga. Gracias a Ángeles.
6 comentarios:
Enhorabuena, Satur, por tu maratón, por tu crónica y por este fin de semana tan genial que hemos pasado!!!! Besos
Maravillosa crónica Satur, como siempre.
Felicidades por esa nueva batalla librada y por tu Meta triunfal.
Un fuerte abrazo. A descansar.
Con estas crónicas, dan ganas de salir corriendo, a pesar de esos fallos organizativos.
Ahora a disfrutar del descanso!!
Un saludiño
Enhorabuena Satur,misión cumplida. Esperemos el de Roma disfrutarlo más...
Tábita: Gracias; pronto volveremos a disfrutar de otro buen fin de semana.
Korrecaminos: Gracis; espero que pronto vuelvas a coger la moral suficiente para que seas tú el que la libres.
Annie: Me alegro que de ganas de salir corriendo, pero espero que sea hacia la meta. Gracias.
EDUARDO: En Roma compartiremos historia y ya no sé si carrera, jeje. Nos vemos.
Besos para ellas y abrazos para ellos.
Satur: Enhorabuena. Sigues siendo el mas regular. Un abrazo.
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