Me han dejado soñar una hora más. Acaban de cambiar
la hora, pero mis costumbres no varían, sigo fiel a mis carreras. El sol brilla;
el verano se resiste a dejarnos; sumo o
resto esa hora que aún no sé muy bien si va o viene. Mañana será otro día.
Retiro mi dorsal, saludo, caliento y disfruto de lo
que me rodea con mis amigos. Espero la salida con tranquilidad, con la ventaja
de tener claro el planteamiento, y con la suerte de poder acompañar mis pasos.
En mitad del grupo, más para atrás que para delante,
sin tensión, agoto el tiempo. Sin saber muy bien la carrera se pone en marcha. No
he oído el disparo, ni el tres, dos, uno, da igual; Ya corremos. Junto mis
pasos y dejo de pensar. Correr. Escuchar. Hablar. Respirar. Sentir el asfalto y
la tierra bajo mis pies. Del asfalto de San Andrés pasamos al de Trobajo;
después vino ese camino paralelo a la vía del tren, a esa vía que cada vez nos
trae menos trenes; luego a pisar ese camino de hojas muertas, sombreado de
chopos. Sigo corriendo ese camino que me lleva a Villabalter, a ese subir lento
y sostenido. Sigo compartiendo mis zancadas. Miro, y escucho respiraciones
agitadas por el subir ese camino empedrado y surcado por recuerdos de regueros
de agua. Recupero sus sensaciones. Queda poco. Alargo sus zancadas. Queda lo
fácil. Avivo su ritmo. No queda nada. Ángeles y su cámara. Una sonrisa. Lucía y
sus ánimos. Un arco. Una meta. Una alegría. Todo es fácil.
Y como
siempre, y para terminar os dejo con las fotos de Ángeles.
Si
alguien quiere la foto en tamaño original, y sin marca de agua, que me envíe un
correo electrónico, indicándome número de foto y número de dorsal.
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