miércoles, 23 de septiembre de 2015

II Peñacorada Trail “Memorial José Martínez Conejo”: Mi historia

La cuenta atrás retumba en la plaza del Ayuntamiento de Cistierna. Del diez al uno, a voz en grito, espanta los miedos. Todo pasa en un suspiro. Inicio la aventura; primeros metros de asfalto para encarar la primera cuesta, estrecha y empinada, que pone a los corredores en una apretujada fila de a uno. “No se va mal así”, pero poco dura ese cómodo transitar, lo que se tarda en coger la ancha pista, con la que empezamos el vaivén de bajar y subir. Bajar corriendo, subir andando. La ermita de San Guillermo acaba con la anchura del camino y nos vuelve a la senda. Entre pinos. A su sombra. Hacia arriba entre pinos. Asciendo con tranquilidad. “He venido a sufrir lo menos posible”, la idea grabada a fuego en mi cabeza. Se acaban los pinos y sigo subiendo, ya sin protección y a merced del sol. La montaña se empieza a mostrar. Bella. Altiva. La silueta de los corredores, se recorta en el paisaje en ese punto que separa el subir del bajar, el andar del correr. Ante mí, esa pequeña bajada alfombrada de verde pradera, que cómodamente me lleva al primer avituallamiento. Recarga de pilas, breve charla, intercambio de ánimos con Miguel Bernardo y a seguir subiendo. Poco a poco dejo la verde alfombra, la senda, y ahora la roca marca el camino hasta el primer pico. Una rápida mirada a mí alrededor para disfrutar del entorno. Breve, lo justo para llenar los pulmones de aire limpio, puro, y poner rumbo a la segunda cima. Tras una pequeña bajada, continúo el paseo por tupidos pastizales, la vista se pierde a izquierda y derecha, a derecha e izquierda, hasta llegar a los pies de la gran subida. Un mar de rocas desnudas nos introduce en un mundo ficticio, nos aleja de la realidad, nos va dejando a solas con la naturaleza, subir, trepar, sin tregua, hasta arriba; hasta donde el mundo parece mágico. Una vez en lo más alto, con el resuello entrecortado, pienso que ha merecido la pena escaparse a la montaña y poder disfrutar del paisaje. Cientos de formas y miles de colores lo llenan todo. Sigo entre las rocas, ahora toca bajar con precaución, “bajada peligrosa” se lee en el cartel, “cuidado con la bajada” me dice un voluntario. Y tengo cuidado; y bajo el sinuoso sendero que se adivina, con la tensión y el miedo del que tiene miedo. Con la mirada al suelo apenas me doy cuenta de que la empinada pendiente ha terminado, ahora toca llanear un poco y relajar la tensión que se ha acumulado en las piernas. Todo a mí alrededor es merecedor de la mejor de las fotos. No podía durar mucho este transitar relajado, y otro cartel de “bajada peligrosa” me pone en alerta; por delante la fuerte bajada, sombría, resbaladiza, que un día es arrollo y otro senda; hoy le toca se senda. Una cuerda hace que el descenso sea más seguro, y llegue al segundo avituallamiento sin contratiempos. Otro encuentro con Miguel Bernardo, otra pequeña charla, hidratación y nos vamos juntos, pero cada uno a su ritmo. Nos alejamos en las subidas y nos acercamos en las bajadas. Un pequeño sendero nos deja en el camino forestal que recorre el bosque de pinos. Un descanso que permite trotar, pero claro se  me olvidaba que estábamos en la montaña, y aquí lo bueno dura poco, “Pico Los Rejos” indica el letrero, ante un pequeño sendero que, como no podía ser de otra manera, va hacia arriba. Un último avituallamiento y a ascender por la verde senda hasta lo alto del último pico, y desde allí todo bajada. Pero no nos olvidemos de donde estamos: Bajar no resulta fácil. Pedregales y sendas complicadas para un cuerpo que ya nota la fatiga. Ahora ya con la compañía de Miguel, recorro los últimos kilómetros, atrás queda la montaña y la soledad. Entramos en Cistierna, ya está, lo tenemos, últimos metros para cruzar la meta con las manos unidas, para rendir un merecido homenaje.

No hay comentarios: