La torre del homenaje de lo que otrora fuera castillo
despide a los corredores. En buena compañía, la de los amigos del Nunca
correrás solo, y con las premisas previas de paciencia, tranquilidad y mucha
prudencia inicio la aventura. Un agradable descenso, con la vista puesta en el
bonito paisaje, nos lleva a las calles de Balboa; para empezar no está nada
mal. Pronto quedan atrás, y desde ahí, encaminamos los pasos a un estrecho
camino desde el que se puede ver el discurrir de un ruidoso riachuelo, que por
el correr de sus aguas indica que vamos contra corriente, o sea cuesta arriba.
Las zancadas se van acomodando a las exigencias de cada uno, a las del terreno.
Las mías a las de mi amiga María Jesús, con la que compartiré subidas y
bajadas, risas y lamentos. El trote fácil, nos deja en una rústica pasarela que
cruza el arroyo, y de ahí a una estrecha senda, que pronto nos empuja a otra
pasarela, y vuelta al otro lado. Viaje de ida y vuelta, en un escenario de
barro, agua y niebla que motea el bonito paisaje. Seguimos ascendiendo sendas y
caminos que parecen interminables. La respiración agitada, la frente sudorosa;
la mirada al cielo, a la cima verde que marca un primer final.
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Foto cortesía: Sara Vega |
A un volver a
trotar, a recuperar respiración. Robles y castaños, y monte bajo hacen de las
sendas y los caminos un agradable pisar de barro y agua, de hojas muertas. Un
barro que cubre los pies y un agua que pugna por eliminar su rastro. Subir y
bajar. Bajar y subir. Transitar por un paisaje que oculta un valle cubierto por
la niebla. Resbaladizas y complicadas bajadas llevan nuestros cuerpos a
arrastrarse por el barro. A tomar precauciones. A recordar otro día, aquél
soleado.
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Foto cortesía: TrailBalboa |
A pasar de la tensión de la bajada a la risa tonta. A seguir con
nuestro tranquilo deambular por caminos encharcados, sin prisas.
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Foto cortesía: TrailBalboa |
No sé lo que
queda, ni por donde ando, y tampoco pienso en ello. Procuro disfrutar del
ritmo, unas veces cómodo y otras exigente. De la agradable compañía, que el
esfuerzo llena de largos silencios. De un paisaje que empieza a mostrarse
completo. De los kilómetros de subir y bajar, de los senderos, de los matorrales,
que nos van acercando a un final deseado. De esa última subida; corta nos dicen
en el avituallamiento, y que como siempre es mentira. Y de esa complicada
última bajada, donde los altos matorrales tapan nuestros cuerpos, y a los que
te agarras para no culear en exceso. Del agradable recibimiento de Cristina y
Oscar, que ya acompañaron nuestros pasos por ese camino que nos permitió pillar
aire. Esto ya esta, bajamos esas escaleras que casi nos dejan a los pies de la
meta. Traspasamos esa línea imaginaria. Miro a mi sonriente compañera. Terminamos
la carrera. Me cobro una deuda.
Y después, cuando todos los compañeros del “Nunca
correrás solo” han terminado con su esfuerzo, llegan las cervezas, las chanzas
y pareados incompletos, la comida, los cafés, y un viaje compartido.
Gracias compañeros.
1 comentario:
Que bien lo pasaste y que forma de contarlo, eres un poeta Saturnino¡¡¡,jajaja, que grande.La foto de la bajada es una maravilla.
Un abrazo.
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