Llega el otoño, y con él el paisaje se queda desnudo.
Igual que me siento cuando dejo de correr, cuando el
cuerpo se pone a descansar. Desnudo de alma.
Aprovecho esa relajación para alejarme del mundo, en
busca de ese camino que me conduce a mi otro yo. Saboreo una soledad, que hoy
comparto con ese solitario árbol, que descansa al borde del camino; con ese
viejo palomar, que desconfiado mira en la distancia; o con esa piedra, que
obligada por mi pie corretea delante de mí.
Camino disfrutando de las pequeñas cosas, de la
sencillez de un frio paisaje; de ese respirar aire puro que me llena de olor a tierra.
Tranquilo, con las prisas que me deja el desasosiego interior, buscando
en la lejanía esa silueta que venga a mi encuentro, corriendo o andando, y
pensando en que igual pasa ignorándome o en que quizás me sonría cuando
nuestras miradas se crucen, y me rescate de la apatía.
Desnudo como ese árbol
que despojado de su vestimenta deja pasar los tibios rayos del sol.
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