Casi sin anestesia, “3, 2, 1…”
suena por la megafonía; atrás quedaron esos cinco minutos del aviso anterior, y
esos cafés de buen rollo con mis compañeros del Nunca, y todos los
preparativos, y “…ya”; arrancamos cruzando por debajo del arco, desde atrás
para coger mejor el pulso a la carrera, y los primeros kilómetros de suave
subida. Para empezar un poco de asfalto, no me disgusta ni me molesta; cojo un
ritmo tranquilo, y cómodo, para empezar a disfrutar del paisaje. Un entorno que
mejora cuando nos metemos en ese camino, ascendente, de robles, seco, con falta de agua, pero lleno de belleza; un lujo para
subir sin prisas, paso a paso, haciendo la goma con amigos, aunque creo que son
ellos porque mi ritmo es constante. Con mi tranquilidad llego al
avituallamiento, al final de la subida, pienso que desde aquí todo será cuesta
abajo, pero pronto me doy cuenta de mi error, y todavía me queda subir y bajar
por ese entorno arbolado, hasta llegar de nuevo al asfalto, a la carretera que
va a enfilar de nuevo a Almanza, a salvar el último repecho, y ya el último
kilómetro con todo favorable, me dejo ir en busca del pueblo, de su arco y de mi
meta.
Otro día, otra carrera de buenos momentos, de buenos recuerdos. De amigos.
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