lunes, 7 de marzo de 2016

10 km La Virgen: mi historia



Con algo de retraso plasmo en mi personal hoja en blanco “mi historia en los 10 km La Virgen”.
Sol, fresco y aire comparten protagonismo con los corredores que se dan cita en los 10 km de La Virgen. Con ganas de correr me presento en la zona de salida. Me encuentro con mis compañeros del “Nunca correrás solo”; con ese café entre la sana risa y buena charla. Vuelvo a ese calentamiento rápido, entre saludos y trotes apresurados. A apurar ese tiempo que siempre se va sin que te des cuenta. A la cuenta atrás del speaker que silencia a los corredores.“5, 4, 3, 2, 1”. Y el mundo se mueve a mí alrededor, los cruces de corredores, los roces de codos, las prisas del primer momento. A buscar esas primeras sensaciones. Hoy, no sé porqué quiero correr deprisa, o lo sé y me lo cayo, que todo puede ser. Salgo más rápido de lo que debería, pero no me importa pagar el peaje en la segunda vuelta, si es que llega el caso. Con las cosas claras de salida, protegido por las calles, intento acompasar todo a mi ritmo, antes de quedar desprotegido y a merced del viento. Y no tarda en llegar esa lucha extra con el aire. Ese viento que sopla, nos acerca el sonido de los gaiteros, al mismo tiempo que nuestras zancadas nos llevan al aeropuerto. Las gaitas, el aeropuerto, donde para nuestro regocijo cambian las tornas, y ese viento en contra se convierte por unos momentos en amigo. Una amistad que dura poco, solo hasta el siguiente giro. Corro en ese ir y venir en que ahora se ha convertido la carrera, intercambiando palabras de ánimo para los que ya van, hasta ese recodo, en que el aire se convierte otra vez en aliado, e intercambio ese ánimo con los que aún vienen. El ir y venir me devuelve a las calles, al aplauso y el empuje del público, a completar esa primera vuelta.

Y pienso en poner el contador a cero y volver a empezar, pero hoy no puede ser, sigo en el empeño, en la idea inicial: correr con el corazón; siento que he perdido un poco de gas, pero  continuo en el esfuerzo. El terreno ya es conocido, y como si fuese el día de la marmota, todo vuelve a empezar: el abandono de las calles, el viento, las gaitas, el aire que por un rato se hace amigo, el “vamos” de los que van  y de los que vienen, los aplausos y el empuje de la gente, y esa pequeña recta que te deja en la meta. Una meta ganada hoy con el esfuerzo del corazón.
Poco a poco, vuelvo a la calma, a los amigos, y a la sana risa y la buena charla.

2 comentarios:

Pedro García dijo...

Eres un fenómeno Satur, lo que nos queda por aprender de ti....
Un saludote

Saturnino dijo...

Pedro, gracias. Aprenderemos de esto todos juntos. Compartir experiencias hace que el correr sea más gratificante.
Un abrazo.