Diez días han pasado de los 101 km. Peregrinos y
otra historia que llega tarde. Llevaba días en el horno y creo que si no llega
a ser por la persistencia de Ángeles no hubiese salido de él. Pero bueno sea
como sea aquí está.
Aquí estoy, dispuesto a disfrutar de un día por
el Bierzo. Me sitúo en la parte trasera del pelotón; en cabeza los ciclistas, y
tras ellos los corredores o caminantes que quieren ir más deprisa. Junto a mí,
los amigos que se fueron uniendo a mi reto: Miguel, mi hermano, Gonzalo, Luis,
y Adolfo que al menos saldrá con nosotros. Sin nervios, tranquilo. Sin
preocupaciones. Por delante 101 kilómetros y 24 horas para correr, trotar
o andar, eso es lo único que ahora mismo sé y que me interesa saber.
Dan la salida, primero los ciclistas y después de
15 minutos me toca el turno, a mí y a los trescientos valientes que lo harán a
pie. Empezamos a trotar las calles de Ponferrada, espoleados por un público
entregado a la causa. Trote suave y minimizando el esfuerzo desde el principio,
que es lo que mejor nos puede llevar a buen puerto. La alegría es lo que ahora
predomina, oyéndose comentarios que provocan la sonrisa en los corredores más
próximos. Abandonamos el asfalto y con ello Ponferrada, atrás el castillo
Templario, el mismo que nos recibirá, si Dios quiere, dentro de unas horas. Las
zapatillas empiezan poco a poco a llenarse del polvo de los caminos de tierra,
que serán protagonistas en la mayor parte del recorrido. El sube y baja pronto
se deja ver a las faldas del Pajariel, algo que será la nota predominante en el
día de hoy; corremos en llanos y cuestas abajo, y andamos en las cuestas
arriba. Este es mi plan y el que he trasladado a mis acompañantes. Ni pienso ni
tengo intención de gastar un gramo extra de mi fuerza. El esfuerzo lo repartiré
a partes iguales en cada kilómetro de los 101. El primer avituallamiento no se
hace de rogar y ya en Toral de Merayo empezamos con el ritual de comer y beber;
ahora no nos hace falta pero lo gastado hay que ir reponiéndolo desde el
principio. Una parada corta para continuar con nuestro trote y empezar a
disfrutar del espectáculo, la belleza del paisaje se muestra ante nosotros.
Viñedos y bosques. Cerezos. Kilómetros sin fatiga en los que los sentidos son
más agradecidos. Caminos sombrados entre bosques. Bellos paisajes interrumpidos
por pueblos que nos reciben con entusiasmo Villalibre, Santalla, San Juan de
Paluezas (kilómetro 22), Borrenes.
Kilómetros de cuestas, de sube y baja, de
baja y sube. De caminos y sendas. El grupo sigue su caminar, un dúo y un trío
que se reúnen en cada avituallamiento; pendientes unos de otros. Todo va bien.
El correr nos va acerca a las Médulas donde somos recibidos por los romanos, en
un intento de retroceder en el tiempo. Tras un breve descanso, donde reponemos
fuerzas con sus viandas, abandonamos su campamento.
Trotamos disfrutando del
paisaje de torres rojizas. Y entre el trote suave y el croar de las ranas
aparece un viejo amigo, quién fue también romano por unos días: Arsenio. Grata
sorpresa. Abrazos, saludos y foto para inmortalizar el encuentro, y vuelta cada
uno a lo suyo. Nosotros a seguir con ese cansino trote y él a seguir con las
que croaban. El sol, en esta zona desprotegida de árboles, calienta nuestros
cuerpos. Una senda estrecha, cómoda de correr, en bajada, nos lleva en fila de
a uno al avituallamiento del kilómetro 39, el de Salas de la Rivera. Donde Adolfo
ya ha abandonado el grupo y vuela por libre. Desde aquí vuelta a subir, vuelta
a bajar, hasta la llegada a Puente Domingo Flórez, donde nos esperan nuestras
mochilas. Una mochila, la mía, en la que busco en su interior algo necesario
para lo que nos queda, pero los “por si” no me hacen falta. Ni cojo ni dejo.
Sigo con lo que tenía en mi espalda, en mis piernas. Un pequeño descanso para
coger aire antes de afrontar lo que en los próximos kilómetros tenemos por
delante, que creo será lo más duro del día.
Iniciamos la marcha con la misma parsimonia que
hasta aquí nos ha traído. Salimos del pueblo y tras un breve peregrinar por sus
calles empezamos a subir. La hora; el terreno desértico, sin árboles que nos
den un respiro; y el calor que ahora hace no ayudan. La vista puesta en lo
alto; en los montones de pizarra que desde aquí se vislumbran. Tranquilidad.
Metro a metro lo intentamos hacer fácil. Subimos y subimos, entre piedras,
entre el polvo. Despacio. El grupo en fila de a uno. Bajamos al trote en busca
de San Pedro de Trones. Mi hermano empieza a tener problemas en sus rodillas y
decide abandonar el viaje. A pesar de nuestra insistencia en ir más despacio,
en seguir con él, se queda. Creo que fue la mejor decisión que pudo tomar, pero
eso no hace que para mí fuese dura. Cuando me planteo estos retos y veo que hay
que amigos que se unen a él, siempre tengo el mismo temor: Que no lleguemos
todos. Y ese temor se había hecho realidad, y encima en la persona de mi
hermano. Triste despedida. Gonzalo y yo continuamos en solitario, por delante
Luis, con quien nos volvemos a reunir brevemente en Puente Domingo Flórez.
Continuamos con nuestro esfuerzo, con nuestras subidas y bajadas. Con nuestro
caminar y nuestro trotar. Con fe. El cansancio empieza a asomar en nuestros
cuerpos, aunque no el desanimo. Nuestros pasos nos llevan a Yeres antes de
continuar hacia las médulas. Pensamos que estamos pasando lo más duro de la
carrera, incluso que ya lo hemos pasado. Por delante Luis. Gonzalo y yo
cerrando el grupo; una constante del día. Las médulas empiezan a mostrarse ante
nosotros. El espectáculo es asombroso. El avituallamiento del mirador de
Orellán nos depara una agradable sorpresa, hay coca cola y fría. Qué pequeño
placer.
Lo peor ya ha pasado. No demoramos mucho la marcha y volamos a por los
últimos 30 kilómetros.
Va oscureciendo poco a poco y pronto la noche nos alcanza. La luna poco
nos ayuda. Ahora, hay que fijar más la mirada al suelo para evitar males
mayores. Bajamos cómodos. La cercanía de Villavieja nos regala una bonita
estampa del castillo de Cornatel, que destaca grandioso en la noche, y que nos
acompaña durante un buen tramo. La noche nos hace más solitarios y hace que mi
mente viaje fuera del Bierzo, lejos del esfuerzo. La frondosidad del monte hace
que el camino sea más tenebroso. Agua y barro, y un resbalón que me lleva al
suelo para dejar herido solo mi espíritu. Hecho un asco espero la llegada al
siguiente pueblo para poder acicalarme un poquito. Seguimos trotando y
aprovechando el terreno favorable. Villalibre donde nos topamos con Adolfo que
con problemas en los pies tuvo que ralentizar su marcha. No tiene problemas
para seguirnos y volvemos a formar un cuarteto. Santalla, otra vez en Santalla
aunque con unos cuantos kilómetros en nuestras piernas. Breve avituallamiento y
al trote, ya con el ansia que nos da la proximidad de la meta. Quince
kilómetros por delante, más o menos. Siempre menos. Cada zancada, cada paso nos
acerca al final. Con el trote de los cuatro acompasados a un mismo ritmo
llegamos a Toral de Merayo; otra vez Toral de Merayo. No paramos en el
avituallamiento ya solo queremos llegar. Todos, los cuatro sabemos que lo
tenemos, que ya nada puede impedir que culminemos con éxito nuestro reto. El
Pajariel a nuestra derecha. Ponferrada enfrente; cada vez más cerca. Pasos de
cansancio, de ansiedad y satisfacción. Cruzamos el puente de madera para ya
andar la interminable orilla del río. Volvemos al asfalto, ya sentimos la meta
en nuestra piel. Otra vez al trote, los cuatro en línea, de la mano,
traspasando una línea 101 kilómetros después. Dieciocho horas y tres minutos
más tarde.
3 comentarios:
Felicidades, una vez mas has cumplido con la distancia.
Lo malo de estas aventuras es que normalmente alguien se va quedando por el camino.
Alguna vez debo hacer esta prueba.
uau¡¡¡, chapeau¡¡¡, me quito el sombrero ante usted, que de horas dandole, que barbaridad, no se de donde sacas tanta energia.
Un abrazo.
¡Felicidades, Satur!
Peazo crónica :-)
Publicar un comentario