Cuantas veces he oído o leído que “Un amigo es aquel que llega cuando el mundo
se ha ido”. Anselmo es mi amigo. No es el primero en llegar y tampoco el
último en irse, pero es buena gente. En más de una ocasión, en uno de esos interminables
cafés, me ha comentado que quiere irse al Tíbet. Nunca me ha dicho el porqué,
aunque intuyo que está cansado de la mala gente, de esa que practica como único
deporte la critica gratuita.
Ayer, entre sorbo y sorbo de café,
me contó la siguiente historia de amistad, una de esas historias que a él tanto
le gustan y que siempre te hace pensar:
En plena guerra, un
soldado le dice a su superior: "Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso
para ir a buscarlo."
- "Permiso
denegado.", replicó el oficial.
- "No quiero que
arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto."
El soldado haciendo caso
omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente
herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba
furioso: "¡Le dije que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame,
¿merecía la pena ir allá para traer un cadáver?".
Y el soldado, moribundo,
respondió: "Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ¡Estaba seguro que vendrías!".
Al terminar su pequeño
relato me preguntó “qué te parece”, y
sin tiempo para contestar sentenció: “hay
amigos que vienen y van, pero los verdaderos amigos siempre están ahí”.
1 comentario:
¡Qué gran verdad!
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