jueves, 13 de agosto de 2015

XII Carrera Popular de Losada: Mi historia



Si como dicen, se vuelve a casa por Navidad, yo vuelvo en agosto a la carrera de Losada. Me gusta volver año tras año y sentir el cariño y buen recibimiento de sus gentes. Vivir los previos de la carrera sin prisas, entre charlas y saludos; vivir ese calentamiento en el que das la primera vuelta al pueblo; ese ir acercándote a la salida, al arco que te dejará solo ante el peligro.
Llega la hora en que los corredores se sitúan en el lugar que creen les corresponde, la carrera después dirá la última palabra; los comentarios de otros días se suceden; los murmullos los rompe el sisear del cohete que asciende al cielo de Losada, y que tras el rotundo estruendo nos indica que hay que ponerse en marcha. Yo, desde la parte trasera, tranquilo, aún con los recuerdos de impaciencias vividos hace ocho días, y por los que hoy no pienso pasar, me dedico a dejarme ir, a coger poco a poco mi ritmo, a empezar a disfrutar. La primera vuelta transcurre entre los que te adelantan porque tienen más prisa y entre los que adelanto porque tienen menos prisa que yo. Los aplausos y gritos de ánimo llenan mis oídos. En la segunda vuelta el ritmo se hace más constante, me encuentro cómodo con él y lo adapto para la tercera, la que me sacará del pueblo. Empiezo la subida y sé que toca sufrir un poco; acorto la zancada para subir con más comodidad, me lleno de recuerdos para no pensar en el esfuerzo, controlo la respiración mientras oígo como el corazón late con más fuerza. Me adapto a la circunstancia, y fijo la mente en el monte que me espera en lo alto. Paso tras paso, gritos de aliento, entre el polvo que levanta el camino, entre el sol y la sombra, llego arriba. Me tomo un tiempo para coger aire, poco, antes de lanzarme hacia el pueblo. El retorno, camino abajo, es agradecido y se hace rápido. Losada, de nuevo, me ofrece el último paseo, la última interminable vuelta que me lleva a abrazar mi meta.

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