lunes, 19 de septiembre de 2016

VI Fontañan Xpress: Robles y hayas



Ocho días han pasado desde que subí al Fontañan, tiempo más que suficiente para contar mi historia. Así que cuatro debe de ser suficiente, creyó él. Para que alargar la espera. Todos esperando tras la línea de salida. Y empieza la cuenta atrás: cuatro, tres, dos, uno, ¡ya!. El grupo de corredores se lanza a la aventura por las calles de Pola de Gordón. Pronto dejamos el asfalto para encaminar la senda, una pequeña galería verde, que nos oculta el cielo. Senda de sube y baja, de enfilar a los corredores, de andar y trotar. Robles y hayas a los que el otoño ya amenaza sus verdes. Sombras y sol. Senda de toboganes, de siempre mirar hacía arriba. La senda se ensancha y se convierte en camino, pero poco dura eso. Vuelta a sendear. A aspirar un aire que poco a poco va calentándose. Avanzo junto a mi compañera, sin tiempo para contemplar el entorno. Ante mí la empinada subida, árboles que ascienden, hojas muertas en el suelo, tierra gris, gotas de sudor que se precipitan al vacío, dedos que buscan agarrarse a un imposible, pies que resbalan. Una subida que parece no tener fin. Paso a paso. Sin prisa. El cielo se abre, se acerca la cima. Ya nada oculta el sol. El primer avituallamiento, recargo agua, y sin demora continúo buscando el sosiego del esfuerzo. La vista parece no tener fin. “Ha merecido la pena”. La calma vuelve poco a poco al cuerpo. El ritmo se va acoplando a la bajada, a los miedos. El segundo avituallamiento, es un llegar y seguir. El tiempo apremia, y la pista que se abre ante nosotros nos devuelve la confianza. No dura mucho la alegría, y casi por sorpresa, cuando más cómodo íbamos, nos topamos con ese giro que nos vuelve al estrecho camino, a otra galería verde, que se va cambiando a senda. A la prudencia. “Ya queda poco”, nos dicen. Y entre ese poco la última subida que, después de tanto bajar, se atraganta en las piernas. El último esfuerzo en esa senda abajo que se abre de nuevo al asfalto. Corremos los últimos metros lejos de los verdes y grises, con la vista puesta en el arco de meta. En el final de los esfuerzos.
De vuelta a la calma, con tiempo para la charla y las risas. Para el intercambio de anécdotas. Para disfrutar de una buscada compañía.

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