Vuelvo
a Losada. Todo está como siempre o al menos así lo sigo viendo yo. Viaje hecho
con mis amigos del “Nunca”. Recogida de dorsales, cita con nuestros cafés, y a
calentar lo que se pueda, que ya el sol está haciendo lo suyo, y a la línea de
salida para afrontar el nuevo y desconocido recorrido.
Me
sitúo tras la línea, en la parte trasera del grupo, a esperar el final de la
cuenta atrás y el momento de correr. ¡Ya! Es la palabra mágica. El momento
esperado de correr y de afrontar el primer cambio del recorrido. Mis pasos, los
pasos de todos, se meten en ese estrecho camino que poco a poco se estrecha
más, y más, hasta acabar en estrecha senda. Senda de correr de uno en uno, a mí
me da igual, no sé lo que pensaran los que quieran correr más. Yo para empezar
no me parece mal el ritmo. Salimos de la trampa y otro camino que nos lleva a
las calles de Losada. A lo conocido, a un asfalto que poco a poco nos sube. Una
subida que mis piernas no asimilan bien y atrancan todo el engranaje. Empiezo a
sufrir sin tener que hacerlo. Giro a la izquierda, sube y baja hasta volver
hacia la ermita y vuelta al centro del pueblo. Vuelta a ese camino que poco a
poco se estrecha, a ese camino que se hace senda, y que enfila a los corredores.
A esas calles ya conocida. A sufrir ese repecho que sigue atragantándome. El
aire parece que no entra en mis pulmones. No voy cómodo. ¡Sufrir!, no era a lo
que venía. Del sube y baja, a llegar al giro a la derecha que nos aleja de
Losada. Subir y subir es lo que ahora hay por delante. Kilómetro 4. Recibo el
primer avituallamiento como un regalo. La garganta seca agradece el agua. La
suave rampa se va adaptando a mi zancada, las malas sensaciones me van dejando.
Pasos cómodos, tranquilos, agradables ahora. Disfruto del entorno de robles, de
los helechos que se echan encima y relajan el esfuerzo. Las rampas de tierra,
duras al final, nos desembocan en el asfalto de una apartarla carretera.
Subidas y bajadas. Repechos que ahora afrontó con comodidad en espera de la
bajada a tumba abierta hasta Losada. Otro avituallamiento. Este que separa lo
duro de lo blando. Las subidas de la bajada. De un esfuerzo a otro esfuerzo.
Otro trago de agua y a dejarse ir. Dejo que mi zancada sea larga, que el aire
me llene. Sin darme cuenta llego a las primeras casas de Losada, donde a las
puertas de sus casas, algunos sentados, otros de pie, sus vecinos aplauden a mi
paso. Palabras de ánimo que me llevan a cruzar la meta en poquito menos de una
hora.
¡Uf!
ya acabó todo. Carrera dura, pero ahora ya se ve todo de otro color. Del color
naranja, por supuesto, del color del “ Nunca”. Del color de compartir la
alegría del triunfo de Alicia y del podium de Paqui, y del gran esfuerzo del
resto de compañeros. De la post carrera. Del color de todas las risas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario