Último brindis
de Nicanor Parra
Último brindis
de Nicanor Parra
Volví la frente: Estabas. Estuviste
esperándome siempre.
Detrás de una palabra
maravillosa, siempre.
… fragmento poema “Tarde es, amor” de Blas de Otero
Y diecisiete meses después llegó el día. Demasiadas cosas han cambiado. Demasiadas ausencias. Nada es lo mismo. Pero hoy todo va a salir bien, pienso mientras me acerco a la zona de salida, con ese cosquilleo que recorre mi cuerpo y que siempre me acompaña en estas ocasiones. Me reencuentro con mi amigo Gustavo, con quien, en el poco tiempo que tenemos, me pongo al día. Suerte y cada uno a lo suyo, cada uno a su cajón. El ambiente es espectacular, hay ganas de maratón, y eso se vive por todas partes. La megafonía con canciones, ánimos e instrucciones para los corredores. Los acompañantes dando ánimo a los suyos antes de que se vayan a sus cajones, los corredores activando sus cuerpos, y todos respirando maratón.
Toca despedirse y entrar en mi cajón, el H, el de la oleada 8. Me concentro y repaso mi guión, o más bien, me convenzo de lo que no tengo que hacer. “Guardemos un minuto de silencio por los que han perdido la vida por covid” se oye por los altavoces. Y se hizo un emotivo silencio en la Castellana, roto al final por el estallido de aplausos. Suena un disparo, creo, y si no es así, debería sonar, la ocasión bien lo merece, y los primeros empiezan la maratón.
Poco a poco me voy acercando al arco de salida. Cada dos minutos un nuevo cajón, una nueva oleada inicia la carrera. Me voy acercando a ese arco. Ya estoy tras la línea, mi cuenta atrás ha dado comienzo. ¡Ya! Cruzo la línea de salida. Empieza mi maratón, mi carrera, y al hacerlo quedo atrapado por su magia; por delante 42 kilómetros de asfalto que me van a conducir hasta la meta. Este es mi principio.
Salgo muy tranquilo, siendo consciente de lo que puede dar mi cuerpo y de que si sigo mi plan disfrutaré sin sufrimiento. Solo y sin pensar. Viendo sin ver. Solo correr, solo dejar que los kilómetros vayan cayendo lentamente. Se acaba Castellana, que siempre pica para arriba, y empieza ese sube y baja que siempre pica para abajo. Un avituallamiento, otro; comer y beber. Coger fuerzas o recuperar un poco de combustible para el cuerpo. Plaza de Cuatro Caminos, el primer punto de apoyo, de ánimos. Mi sonrisa dice que todo va bien, a pesar de lo poco que llevo y lo mucho que queda. Sigo refugiado en mi interior. Sigo y siguen pasando los kilómetros, las calles, los avituallamientos; las emociones de volver a vivir un maratón. De vez en cuando, el flash de algún grato recuerdo me acompaña unos metros o unos minutos, y eso me ayuda. Santa Engracia, kilómetro 18, sigo bien, dice mi rostro, y eso siento en mi interior. El paso de los kilómetros me acerca a Moncloa, a la mitad de mi historia, a la mitad de mi carrera, que encuentro al inicio de la zona universitaria. Llevo dos horas corriendo; dos horas disfrutando con mi soledad. Voy bien y siguiendo con exactitud el guión. Mientras recorro esta zona recuerdo que mis primeros Mapomas me trajeron por aquí. Bonitos recuerdos de los que me saca Miguel, amigo de “A Santiago contra el Cáncer”, que me da alcance, y acompaña durante unos cientos de metros, antes de continuar su correr. Atrás va quedando la zona de los estudiantes, para descender por el parque del Oeste hasta la avenida de Valladolid; interminable recta, donde se oye la canción Resistiré que, desde el balcón de un segundo piso, ánima a los corredores. Con esa melodía alegrando mis zancadas llego a Príncipe Pío, a ese nuevo punto de apoyo, antes de entrar en la Casa de Campo. La Casa de Campo que tantos sueños se ha tragado. Pero hoy no se va a llevar ninguno mío. Recorro esos kilómetros, ya con fatiga, pero con el ánimo del principio. Y a pesar de no querer pensar, los gratos recuerdos siguen cayendo sobre mí. Todo vale para seguir comiendo metros. Poco a poco mis pasos me llevan a Lago, a esa cuesta que te saca de la Casa de Campo, donde mando el último mensaje de tranquilad, el próximo ya estaré cerca del final, y que dejo atrás con rabia. Ahora unos metros favorables, últimos subes y bajas, antes de llevar al kilómetro 37, y de ya no parar de subir. A estas alturas, ya siento que lo tengo. Sé que lo tengo. Las cansadas zancadas van acompañadas por mi alegría. Han sido tres meses de entrenamientos duros, pero ya esta; ya tengo mi 35 maratón en la mochila. Ahora mis recuerdos, y mi agradecimiento, van para quienes que me han ayudado. Siento su apoyo y su ánimo, que junto a los ánimos que llegan desde la acera avivan un ritmo ya decaído. “¡Kilómetro 40 Saturnino, vamos campeón que ya lo tienes!. Ante esas palabras trato de esbozar una sonrisa mientras mis pasos siguen hasta la glorieta de Atocha, y enfilan el Paseo del Prado en busca de Neptuno, mi fuente, la de los atléticos; llego a su altura, la miro con cariño, aprieto los dientes con la rabia del triunfo personal, y con la emoción llenándome por completo; atrás ya dejo la última fuente, las últimas palabras de ánimo. Al fondo ya veo la meta, corro esos últimos metros, como me prometí, con la sonrisa en mis labios, y disfrutando como he disfrutado durante toda la carrera. Hoy no hay vencedores, amigo firmemos tablas. Traspaso la línea de meta, este año más especial que nunca; atrapo el instante y lo guardo en mi corazón. Mirada al cielo. Este es mi final.
Entrenamientos que me han
resultado duros, no por su exigencia, sino porque he tenido que poner toda mi
fuerza de voluntad para cumplir con ellos.
Hoy me gustaría escribir que llego a la cita del domingo pletórico, pero no puedo porque no es así; voy simplemente para terminar con el mínimo sufrimiento posible. Solo eso. ¡Ah!, pero la sonrisa de cruzar la meta no me la va a quitar nadie, porque esa si me va a estar esperando en meta.
OTOÑO
¡Qué dulces las uvas dulces!...
¡Qué verdes tus ojos claros!...
Tú me mirabas, mirabas;
Yo comía, grano a grano…
Y, de pronto, te inclinaste,
y me tomaste en los labios,
húmedos de zumo y risas,
un beso goloso y largo.
de Ángela Figuera
Volverán
las oscuras golondrinas
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
¡esas… no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
¡esas… no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido…; desengáñate,
¡así no te querrán!
De Gustavo Adolfo Bécquer
Para ti, todo el tiempo
Qué se puede hacer con el
tiempo
cuando la ausencia llena
cada llama del amarillo fuego
y la distancia rompe todo lo que amas
como un frágil cristal... azul y viejo.
Quizá abrazarte a la nada
con el secreto deseo
de que no sea tiempo
eso que cuentan los acompasados
latidos del corazón.
Que no sea tiempo lo que
separa,
que las miradas no sean tiempo,
que los planetas dibujen sus invisibles órbitas en tus ojos
y que se llenen de besos, de caricias, de sueños sin tiempo.
Hacer posible lo imposible,
dormir sobre el breve filo de la existencia,
cambiar los secretos ecos del alma
por la vida sin tiempo, de tu boca.