No conozco la
carrera. Llego a Cistierna con lo que me han contado de ella. Me han hablado de
cuestas, de subidas y bajadas; más de subidas. Miro a mí alrededor y solo veo
monte y montaña, así que algo de razón tendrán.
Me reúno con mis
compañeros, nos enfundamos nuestra nueva equipación, y vamos a la línea de
salida. Situado en la parte trasera espero para echar a correr. No escucho el
momento de la salida y solo el movimiento de los corredores me anuncia que la
fiesta ha empezado. Con tranquilidad, con el dibujo que me han hecho bien
presente, inicio la andadura. Pronto abandonamos el asfalto para coger un
camino de polvo negro, y sin apenas dar tiempo a que nuestras piernas empiecen
a sentir, iniciamos la primera de las subidas. Me habían hablado de ella y no
me engañaron; se agarra. La sensación aún no es buena y la salvo con calma, sin
alterar la respiración. Una vez arriba se agradece el descenso y los pequeños
aplausos en la corta vuelta a la civilización. Casi sin darme cuenta llego a la
mitad de la prueba, donde se encuentra el avituallamiento, y Ángeles con su
cámara, quién me da ánimos para afrontar la segunda subida. El camino asciende
por un bosque de pinos, y entre ellos se entrevé las calles de Cistierna. Otra
vez toca regular; subir concentrado en los esfuerzos y bajar con prudencia, sin
prisas. De vez en cuando una suave brisa refresca el ambiente. Una cómoda senda
que bordea el pinar nos lleva a otra más escabrosa, donde una pequeña
voluntaria alerta con su tímida voz “cuidado que hay barro”, y que nos deja en
las calles de la villa. Asfalto y otra vez camino, y más asfalto, y algún aplauso
temeroso; últimos giros y la siempre ansiada meta.
Después momentos
para disfrutar de los amigos, y de las pequeñas alegrías del Nunca correrás
solo.
He de reconocer que la
carrera me parece bonita, y lo de ¿dura?, eso ya depende de las exigencias de
cada uno.
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