A
trechos me paraba para enjugar mi frente
y
dar algún respiro al pecho jadeante;
o
bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
……………………….………….
(versos
de Antonio Machado)
Ponferrada. Los Aquilianos se han
convertido en una cita anual. De madrugada; tanto
que alguien de la expedición comenta haber vivido solo cuando se retira después de haber tomado unas copas. Rodeado
de amigos, de seres queridos. Otra vez equipo A y equipo B. Por la parte menos
larga irán Ángeles, María Jesús y Luis Ángel, y por la otra, acompañándome Ana
y Cristina.
La plaza del Ayuntamiento se va
llenando de murmullos. Una ventana que deja escapar el resplandor de lo que
parece una bombilla, y desde donde quizás alguien se asome tímidamente, a
escondidas para ver lo que le ha sacado de su sueño. No verá los ojos de los
corredores; ojos de ilusiones y temores, de dudas. Palabras incomprendidas que
salen por los altavoces. Conversaciones improvisadas, aceleradas. Sonidos que
rompen la noche. Y se inicia el reto.
Sin más, separamos los pasos de los de
nuestros amigos, dejando los mejores deseos de éxito. Trote tranquilo para
desentumecer los músculos, para ir cogiendo aire. Las calles de Ponferrada nos
despiden con un hasta luego
esperanzador. Adiós. El río y su puente
de piedra. La subida de Otero. Recuerdos de viajes pasados que afloran sin
querer. Espero, busco esos ladridos que siempre rompen la monotonía de esas
primeras respiraciones agitadas. Y cuando ya pensé que no iban a estar, llegan
sus ladridos, más de miedo que de amenaza. Y ahí, ante las primeras luces: el
Pajariel. A lo lejos ya se entrevé nuestro destino. Aún lejano. Se lo muestro a
mis compañeras, aunque aún no es momento de pensar en ello. Suaves subidas y suaves
bajadas. Trotando como sin querer. Cuidado
con esta cuesta. Un fuerte descenso, estrecho a veces, hace que los
corredores vayan en fila, con la atención puesta en el suelo. Abajo ya, nos
topamos con el río Oza, y entre caminos y sendas, entre castaños y robles,
entre el frescor de la mañana llegamos a Villanueva de la Valdueza. Primera
parada y fonda.
Nos tomamos un cortísimo respiro. Lo
justo para beber y comer un poco. Come
cada hora, le dijeron al salir de casa. Y lo va cumpliendo. Volvemos a lo
nuestro. Despacio que viene un duro
repecho. Dos cientos, quizás trescientos metros, o menos, pero lo cierto es
que el Alto de Pandilla, como le llaman, se hace duro. Arriba ya. Entre caminos
de pinos señalo a lo lejos, a lo alto, aquel
es el pico Tuerto, si el último que tiene nieve. La belleza más bella
empieza a mostrarse más cerca. Nuestros pasos cruzan Valdefrancos y San
Clemente de la Valdueza. Corren sendas sombradas, húmedas. Trotan bajadas. Caminan
subidas. Viejos pueblos, viejos caminos. Todo viejo. Cuanto romanticismo,
cuantas pequeñas historias. Ya llegamos.
Montes de la Valdueza recibe a los corredores con la misma atención de siempre;
nos tomamos un pequeño y merecido descanso, recogemos las pequeñas mochilas,
las que contienen lo que cada uno cree necesario para afrontar lo que nos
espera. Estamos preparados, así que sin más demora iniciamos la marcha. Bordeo
el cada vez más viejo monasterio, junto a Cristina y Ana, separando nuestros
pasos de los amigos que eligieron la ruta menos larga. No es difícil
embelesarse en el entorno y despistarse del camino por unos segundos, lo que
provoca las risas de mis compañeras; pero no he sido el único y cuando aún las
risas corrían por las calle del pueblo, nos alcanza un corredor y nos pregunta ¿Está es la corta?. No, arriba tienes la
bifurcación. Él vuelve sobre sus pasos y nosotros continuamos con nuestro
caminar. La salida de Montes en bajada termina y sin tiempo para acostumbrarnos
o mal acostumbrarnos a lo fácil empezamos a subir a la sombra de los castaños. Señalo
a Cristina y Ana el collado que pronto vamos a ascender. Y antes de darnos
cuenta, entre trotes y miradas al nuevo paisaje que se empieza a abrir ante
nosotros llegamos a ese pequeño correr de agua que anuncia el ascenso al
collado de la Malladina.
Tranquilo
asciendo por la senda surcada por cientos y cientos de pies. El esfuerzo
de la subida tiene la recompensa de la hermosa pradera que en suave y cómodo
descenso nos va acercando a Santiago de Peñalba. Sin darnos cuenta terminamos
con este transitar y llegamos a las calles de Santiago; unas calles que
enamoran. Comemos y bebemos. Que Dios
reparta suerte nos dicen los voluntarios. Vaya ánimo que nos dais contestan mis chicas. Bueno que tengáis suerte corrigen. Eso ya es otra cosa.
Dejamos la fresca fuente, el corto descanso y
nos vamos. El camino que nos lleva a la dura subida se va llenando de
recuerdos. De emociones ya vividas. Empezamos a subir, ahora cada uno a su
paso. El mío es de tranquilidad, de constancia. Despacio y sin darme un
respiro, pero con paciencia. Solo, las chicas por delante, pienso en todo lo
que quiere entrar en mi mente. Quizás en la vida. No lo sé. Miro y disfruto de la
belleza, de una belleza que un día atrapó a mi amigo. Ritmo pausado y
respiración sosegada.
Los metros van cayendo de mi lado y el reloj corre a mi
favor. Subo y subo. El aire al principio refrigerante se está convirtiendo en
gélido. Sigo subiendo, sigo pensando en nada y en todo. Sigo disfrutando del
paisaje. Del silencio. De la paz. De los recuerdos vividos con mi gran amigo,
con mi hermano. Llego a la Silla de la Yegua; por fin. Ana y Cristina esperan.
Hace frio; demasiado. Así que tras un breve reponer líquidos y de abrigarnos lo
que podemos, seguimos.
Ante nosotros y por delante el cordal de los Aquilianos,
una sucesión de subes y bajas. Una sucesión de paisajes que el frío no nos deja
disfrutar como se merecen. Primero Pico Tuerto y después La Guiana. Una pequeña
y vieja ermita y una torre de vigilancia dominan el entorno. Otra parada corta.
Lo peor ya ha pasado. Atrás queda
dureza, esfuerzo y belleza en estado puro. Arrancamos por ese duro cortafuegos
que nos deja en el buen camino. Caminos de hierba y tierra, de pinos. Nuestros
cuerpos se van templando. Juntos corremos, trotamos y andamos y charlamos.
Seguimos disfrutando de todo. Nuevo camino, nueva senda, desconocida y
atractiva la que nos lleva al avituallamiento de Ferradillo. Nos damos un largo
respiro y nos sentamos a reponer fuerzas. Aprovechamos para contactar con
nuestro equipo B y saber que están a las puertas de Ponferrada y que todos van bien.
Comemos y bebemos. Y no es verdad que se
comiese siete bocadillos. Que quede claro ¿eh?.
cortesía de la Organización |
Dejamos el descanso y
volvemos al camino. Un camino que ya se me antoja cómodo aunque pueden pesar
los kilómetros. Empezamos caminando con la intención de que el cuerpo se acostumbre
otra vez al movimiento. Ya con la senda favorable volvemos a nuestro trote. Un
trotar y un correr que nos lleva a Rimor. Y a la sorpresa de no encontrar
cerezas en el avituallamiento. Se han
acabado nos dicen. Una pena y las chicas que no me creían. Será posible.
No es mucho el tiempo que dedicamos a la
parada, casi lo mínimo para recargar de líquidos. Cerezos y tentación, manzanos,
nogales y almendros centran nuestras conversaciones. Distraídos llegamos a
Toral de Merayo, a esa bandera del Aleti, perenne año tras año. A esa penúltima
subida. A ese viñedo que nos acerca a orillas del río. Y a ese sendear con la
vista en Ponferrada y que nunca parece acabar. Interminable río. Una pasarela y
otra, y otra cuesta, la última, la del Castillo. Ponferrada y alegría. Ya está chicas. Corremos entre aplausos
y voces de ánimo. La plaza del Ayuntamiento fue nuestra salida y ahora es
nuestra meta, y allí está nuestro equipo B: Luis Ángel el de la cámara, María
Jesús la de la pancarta y Ángeles la del confeti. No me lo puedo creer. Cruzamos la meta abrazados, sonrientes, y por
qué no felices.
Y hasta aquí la historia de otra Travesía de los Aquilianos, la quinta. Las dos primeras vividas con mi amigo
Ángel, las dos siguientes con mi hermano, y esta vivida con Ana y Cris, si, las Rodríguez Varona. Gracias por vuestra compañía.
2 comentarios:
Sobrecogedora crónica Satur, muy digna de un veterano en mil y una batallas.
Felicidades por la dura gesta.
Un abrazo.
Qué recuerdos de esa travesía... Ya estoy deseando que vuelva el primer sábado de junio para volver a recorrer las sendas de los Monjes.
Un abrazo!!!
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