Viernes, día 29, festividad de San Pedro en León; a las
ocho y media de la mañana, Ángeles me acerca a la explanada de la Junta, donde
me esperaba el autobús para dejar mi mochila. Los primeros saludos a conocidos
son obligados y agradecidos, Gonzalo, Toño, Luis Ángel, Luismi, Luis, Sacha, Jesús, Pilar, Talo, José Manuel, Nuria, César, y muchos más. Primera toma de
contacto con el grupo y con mi relevo Alfonso, Amelia y Pilar, que de entrada me gusta.
Caminando nos acercamos hasta la Catedral, el lugar donde
empieza nuestro Camino Solidario.
“Con sayal a media
pierna, esclavina, capa y sombrero de ala larga, con bordón, la calabaza, la
concha y la escarcela”, vestían los primitivos peregrinos, y hoy a las nueve de la mañana,
poco más de cincuenta corredores, ataviados con pantalón corto, camiseta y
zapatillas deportivas, toman su testigo y empiezan su particular peregrinación.
Juntos, todos uno, dan las primeras zancadas, recorriendo la calle Ancha, plaza
de Santo Domingo, calle Gran Vía de San Marcos, para entrar en la plaza de San
Marcos y ser recibidos por los primeros relevistas, los corredores de la
Academia Básica del Aire. Entre ellos, entre aplausos, cruzamos su formación,
al mismo tiempo que, con una formación caótica, les devolvemos el gesto, y
ahora son ellos los que corren entre nosotros, los que con nuestros aplausos
inician el Camino.
El resto de relevistas, y mientras esperan su momento, se
dirigen a los vehículo, los primeros en entrar en escena a los coches A y B,
guiados por Jesús y César, los demás al autobús a disfrutar del paisaje y de la
compañía.
Los que viajamos en el autobús, entre los que yo me
encuentro, hacemos un alto en Hospital de Órbigo para tomar un café junto al
mítico puente del Paso Honroso. Las conversaciones van de grupo en grupo, de
una anécdota pasamos a un reto, del presente pasamos al futuro recordando el
pasado.
Las noticias que llegan de los relevos indican que todo
va según lo previsto. “Venga al autobús,
que nos vamos”. Continuamos hacia Astorga, dejando en Hospital a los dos
relevos que llegarán a la capital maragata.
Ya instalados junto al polideportivo de Astorga, y antes
de la comida, invadimos el entorno de la plaza del Ayuntamiento para hidratarnos
con unas frescas cervezas. A mi relevo, Amelia, Alfonso, Pilar y a mí, nos vendrán
bien, ya que saldremos en torno a las dos de la tarde y hemos decidido comer después
de correr.
Se va acercando la hora, recojo la bolsa de la comida y
junto a mi mochila la deposito en el coche de apoyo, en este caso el coche A,
el de Jesús; tímidos estiramientos calman la espera, Pilar, Alfonso, Amelia y
yo, ya preparados. Aparecen nuestros compañeros, sonrientes, Toño, Adolfo, José
Carlos, Julen, nos entregan el testigo en forma del concha, el símbolo del
peregrino, y después de la foto para el recuerdo empezamos. Nos acompaña un
corredor de San Justo que viene con el relevo anterior (mil perdones pero no
recuerdo su nombre) y Pedro a lomos de la bicicleta de apoyo.
Después de los primeros metros llanos, empezamos a subir
por la antigua N-VI hasta coger la carretera de Santa Colomba de Somoza, que
poco a poco y en suave descenso nos va a meter en la Maragatería, tierra de
supervivientes. Corremos por la carretera o por la acera, pasamos Valdeviejas y
cogemos el andadero camino de Murias de Rechivaldo, donde a la vista del pueblo
de piedra, restaurado con recuerdos de otros tiempos, bonito, me asalta la
pregunta “¿Qué sería de estos pueblos sin
el Camino?”. Dejamos atrás Murias, el grupo se mantiene compacto, esperando
unos por otros. El andadero se hace cuesta y el calor en esta páramo es más
calor. Tras cruzar la carretera de Santa Colomba el andadero se hace más cuesta
arriba. “Ya estamos cerca”. A la
entrada de Santa Catalina de Somoza nos espera Juan Carlos, Raquel y Dani.
Intercambiamos saludos, concha, y a seguir camino.
Hemos terminado nuestro relevo, nuestro pequeño granito
ya está en el saco de los buenos propósitos. Satisfechos nos despojamos del
sudor y con la tranquilidad del viejo peregrino buscamos una buena sombra para
comer. Como si hubiese sombras malas. Mientras Jesús, espera sin desesperarse, “comer tranquilos, no hay prisa”. Ya
reconfortado el cuerpo, seguimos hacia uno de los puntos emblemáticos del
Camino, la Cruz de Ferro, donde esperamos la llegada del gran grupo y de los
compañeros que culminan uno de los tramos más duros: Luis Ángel, José, Gonzalo,
Jorge, y Carlos.
En lo alto de la Cruz de Ferro, a más de mil
cuatrocientos metros, el aire sopla frio y respira quietud y silencio.
Ya, de nuevo en el grupo, regreso autobús, dejamos la
Cruz de Ferro inmortalizada en nuestras cámaras e impresa en nuestras retinas
para siempre. Desde allí, pasamos por Manjarín, el pueblo con el alberque de
más leyendas, y por la estrecha calle Real de El Acebo, donde sus balconadas se
muestran a un palmo de nuestras manos. El paisaje va cambiando, los montes de
pinos, de brezos y piornos, ceden el protagonismo al castaño. Adiós a la
Maragatería, bienvenido al Bierzo. En Molinaseca hacemos un alto imprevisto y
mientras esperamos a José Manuel, Javi y Antonio, recorremos sus calles llenas
de reclamos de bares y albergues.
La próxima parada está en Ponferrada, donde a la expedición
se unen los compañeros bercianos, y juntos esperamos a Coca, Pablo, Jesús,
María, Laura y Miguel, el relevo que viene desde Molinaseca, para ataviados con
la camiseta oficial, la verde, hacer la entrada en la plaza Mayor, y realizar a
las puertas del Ayuntamiento, con la presencia del concejal de deportes, la
entrega del cheque testimonial a favor de la AECC.
Una vez concluido el breve acto, los compañeros del Bierzo
acometen los dos últimos relevos, el que los lleva desde Ponferrada a
Camponaraya, y desde aquí a Villafranca, mientras el resto tomamos el pabellón
del JT, lugar donde pasaremos la noche.
Después de una reponedora ducha fría, más por obligada
que por deseada, nada mejor para levantar el espíritu y estrechar lazos que una
buena cerveza, una agradable charla y unos buenos amigos. Así el tiempo pasa
deprisa, la hora de la cena y debemos regresar al pabellón para dar cuenta de una
pequeña fugaz cena.
La buena noche hace que regresemos a la plaza Mayor, esta
vez para darnos un pequeño homenaje en cualquiera de las terrazas que llenan su
entorno, para continuar con la amena charla e imitar la paciencia y sosiego del
viejo peregrino.
De vuelta en el pabellón, en semipenumbra, preparo el
saco de dormir, dispuesto a buscar el descanso nocturno.
Y aquí, metido en mi saco, con los ojos cerrados,
persiguiendo un sueño que no llega, entre el silencio roto por un sinfín de
ruidos, acaba el primer día de un generoso gesto llamado: A Santiago contra el
cáncer.
Hasta mañana y “Buen
Camino”.
3 comentarios:
Ya estaba esperando ansioso las crónicas de tu aventura solidaria, ha merecido la pena la espera ;-)
Un saludo!!!
Hola Saturnino: recuerdo esta primera etapa que hicisteis porque fue la que hice el año pasado, más o menos a la misma hora y comiend al acabar la misma. La temperatura más o menos la misma, la diferencia es que este año ibais en buena compañía mientras que el año pasado cada uno iba solo.
Gracias Saturnino Me encanta tu crónica que me servirá para recordala (tengo muy mala memoria) y gracias tambien tanto a ti como a Amelia y a Alfonso pues en algunos momnetos habeis tenido que tirar de mi con todo el cariño y comprension. Gracias de verdad, ha sido una experiencia imborrable.
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