Lo hace todos los días. Llega
volando y se posa en la repisa de mi
ventana. Antes, en otro tiempo no muy lejano, la espantaba, pero ahora no. Ahora
la dejo que corretee, que vaya de un lado a otro. "No lo hagas que después no la echas" me dicen. Pero no hago caso. Ella sigue, y va y viene, y viene y va, y se para, y mira.
Que contrasentido, ella fuera y
yo dentro. Ya se va, volando. Ella libre, y yo encerrado. La veo alejarse, y desde mi interior grito: "vuela alto, vuela hasta que nos
podamos abrazar". Y yo encerrado y ella libre.
Como mucho en esta vida, aprendemos a valorar
las cosas cuando las perdemos.
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